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El hombre tenía la cara con pintura negra y estaba vestido con una ropa extraña que a cualquiera podría darle miedo, pero a mí no, al contrario, me daba bastante curiosidad ver su pintura y su ropa, ya que nunca antes había visto algo así, y de golpe me invadieron las ganas de sacarme esta campera que pertenecía a un muerto y ponerme algo como lo que él tenía.

Cuando dejé de observarlo, llegamos a lo que parecía ser una cueva, y debajo de toda una tapadera había algo aún más grande que eso. Parecía, literalmente, una pequeña habitación.

Las paredes tenían unos dibujos que parecían hechos con carboncillo, había figuras de maderas por todos lados y una fogata que alumbraba todo el lugar y lo calentaba. Entrar de un lugar que hacía un frío horrible a un lugar calentado por una fogata era una sensación hermosa.

La diferencia entre la vida y la muerte.

Gracias, profesor, por ese dato que no me sirvió nunca.

No había mucho más, pero supuse que con eso era suficiente para que él pueda vivir.

Mi respiración estaba agitada, y era imposible tranquilizarme, al igual que no podía calmar el mareo que aún sentía. Me dejé caer al suelo y comencé a toser, intentando quitar el olor horrible de la niebla que seguía en mi boca.

El hombre me trajo lo que parecía ser un tarro con agua. Sin pensarlo ni importarme que tal vez tenía algo raro, lo tomé todo de un trago. Al notar que eso no me había dejado conforme, el hombre me dio más.

-Espera. ¿Quién eres? -pregunté cuando me ayudó a sentar al lado de la fogata; acerqué mis manos a ella. Él se sentó enfrente mío y me miró. A pesar de que veía un poco borroso, intenté parecer lo más firme que pude.

Yo no era el tipo de persona que inicia la conversación, pero al parecer él tampoco hablaría, y la duda de saber quién era y por qué me ayudaba eran más grandes que mi desconfianza. Aunque, siendo sincera, me inspiraba más confianza que todos los chicos del campamento. Incluso más que Wells y Clarke.

-Lincoln -respondió, cortante-. Eres a quien le dicen Ocho, ¿no? -lo miré sorprendida y le mostré la marca en mi muñeca.

-¿Cómo lo sabes?

-Los he estado vigilando desde que llegaron -dijo tranquilo, como si fuera lo más normal del mundo.

-¿Vigilando? ¿Por qué? -pregunté más confundida que asustada.

-Porque este es nuestro territorio. Ustedes son invasores -fruncí el ceño-. No te lo tomes personal. Me caes bien.

¿Invasores?

Las palabras de Lincoln rebotaban en mi cabeza, intentando encontrarle algún sentido, pero luego asentí. Siempre creí que había sobrevivientes aunque mi padre me aseguraba que no, que nadie había podido sobrevivir a las bombas.

Ja, mira, Marcus Kane. Primera vez que te equivocas.

Cuando salí de mis pensamientos, me di cuenta de algo. Me estaban secuestrando. Lincoln envolvió mis manos con unas esposas.

-¡Hey! ¿Qué haces? ¡Déjame! -él encadenó mis manos contra la pared y me miró. Comencé a retorcerme, intentando quitarme las cadenas-. Mis compañeros van a venir cuando noten mi ausencia y te van a matar por secuestrarme.

-¿Llamas compañeros a los que te abandonaron a tu suerte? No sé tú, pero estoy seguro que te dejaron a propósito. La rama con la que tropezaste, no estaba ahí por nada -me dijo. No supe qué decir.

Tenía razón. Mis compañeros de caza me habían abandonado para que muera cuando esa cosa rara había aparecido. Hasta ese momento, no me había dado cuenta de las heridas que tenía en mis manos. Eran como quemaduras que picaban y salía un poco de sangre. Solté un gemido de dolor, y comencé a intentar partir las esposas, pero al observarlas con atención me di cuenta que eran las cadenas con las que el Arca me había atado cuando me subieron a la nave.

The Powerful Criminal [The 100]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora