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Dejé de hacer los abdominales cuando escuché ruidos afuera, pero a los segundos le resté importancia; probablemente era solo otro chico quien debía enfrentar su destino. Cuando comencé con las lagartijas, se abrió mi puerta y dos guardias entraron por esta. Enseguida activé todos mis sentidos para que ningún movimiento por parte de ellos me tome desprevenida.

—Sujeto ocho, levántate.

No repliqué nada, pero me levanté despacio y con desconfianza. Dos días atrás, mi padre me aseguró que me dejaban el resto de la semana libre para que recupere fuerzas. No tenía sentido que viniesen a buscarme ahora.

Ellos no dijeron nada, simplemente se acercaron y uno de ellos sacó una caja, donde tenía lo que parecía ser unas pulseras metálicas.

—Contra la pared y extiende tu brazo derecho.

El que aún no había hablado sacó su vara eléctrica, pero con apenas un movimiento de cabeza hice que ambos cayeran al suelo, muertos. Les quité sus armas y me las guardé en el pantalón, una en la parte trasera y la otra en el costado derecho, en caso de que me debilite y llegue a necesitar defenderme.

Estaba segura de que no me estaban llevando al laboratorio, y tampoco iban a flotarme; había matado a gente, sí, pero no tenía la edad y no serían capaces de flotar a su rata de laboratorio. Estaba pasando algo y no me lo dirían ni aunque matara a toda la guardia. Salí de mi celda, asustada y sin importarme que apenas tenía puesto un top con el que hacía ejercicio y un pantalón de gimnasia, y me encontré con mi padre.

Antes de que pueda preguntarle qué sucedía, vi a la doctora Griffin con su hija en brazos, que parecía muy alterada.

—¿Están reduciendo la población para darles más tiempo a ustedes? —le preguntó, aterrorizada. Yo abrí mis ojos de par en par, sorprendida.

—¿Papá? ¿Es en serio? ¿Los están matando? —pregunté incrédula.

Mi desconfianza aumentaba cada segundo que pasaba al ver que mi papá no me respondía. No tenía miedo de que a mí me floten porque no lo harían, pero sí me aterrorizaba la idea de que iban a matar menores de edad, inocentes.

—Tranquila, hija —me respondió mi padre, secando la sangre que caía de mi nariz.

—Papá, ¿qué pasa? Respóndeme —exigí. Al ver a los guardias llevándose a todos los adolescentes que había alrededor mío me asusté aún más.

—Irás a la Tierra. Llegó el momento —me susurró, antes de que sienta un ligero pinchazo en mi hombro. Lentamente fui perdiendo el conocimiento.

(...)

Gemí de dolor antes de abrir por completo mis ojos, pero todo seguía oscuro. Escuchaba gritos y voces alrededor mío, de todas las direcciones. Mi cabeza estallaba, por lo que la quise tocar. Ahí me di cuenta que tenía mis manos atadas.

—¿Estará viva? —hablaron cerca mío. La voz del chico parecía a kilómetros de distancia.

Sentía miradas sobre mí, pero no podía ver nada. Supuse que era porque tenía una venda en los ojos.

¿Una venda y mis manos atadas? ¿Tendré también una mordaza en la boca?

Al escucharme gruñir me di cuenta que por suerte no tenía ninguna mordaza en mi boca que me impedía hablar.

—Hey, ¿estás bien?

—Jasper, ¿eres idiota? Obvio que no está bien.

—¿Por qué te vendaron los ojos y te ataron las manos?

Para no atacar a idiotas como tú pensé sabían que intentaría algo.

Lo gracioso, era que no necesitaba ver o usar mis manos para hacer lo que quisiera.

The Powerful Criminal [The 100]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora