VEINTISÉIS

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Abordó el regreso a casa de los Styles con inquietud. Haber saltado una vez no la convertía en una experta, y no le apetecía enfrentarse otra vez a un espectro. Hacía rato que el sol se había puesto, y aunque no estaba segura de la hora que era, sabía que debían de ser cerca de las nueve. No podía permitirse un retraso.

Sus miedos eran infundados. Se desplazó desde la farola de la casa de Galizur hasta otra a una manzana de distancia de los Styles sin incidentes, y apareció cerca de una joven pareja que caminaba por la calle. Ellos la miraron sorprendidos, y _______ inició la marcha continuando por la calle como si hubiese estado allí todo el rato. Sin duda pensarían que sencillamente no se habían fijado antes en ella.

Ya casi había llegado a la casa cuando se dio cuenta de su error. En su impaciencia por escapar sin ser advertida, no había planeado su regreso. Al aproximarse a la imponente fachada de piedra, levantó la vista hasta el punto desde el que se había dejado caer unas horas antes aquella tarde. Estaba demasiado alto para regresar trepando. De hecho, la idea de haber dado el salto desde aquella altura le hizo cuestionarse su cordura.

Se quedó un momento entre las sombras, considerando las opciones que tenía. No tenía llave, y llamar a la puerta no parecía posible. Abrirían Edward o Harry, desde luego, pero entonces tendría que explicar por qué había ido a ver a Galizur.

Y si tenía que explicar por qué se había marchado, tendría que explicar cómo sabía lo de los perros.

Al contemplar todas las ventanas de la planta baja, se preguntó si alguna de ellas estaría abierta. Sabía que era poco probable, pero a falta de otras opciones, comenzó a dar vueltas alrededor de la casa, pasando revista a las ventanas en busca de una que le brindase la posibilidad de colarse dentro sin que nadie la viera.

Ya había recorrido la parte delantera sin éxito y estaba preparándose para investigar la parte de atrás, cuando advirtió una luz dorada que se colaba por la rendija del marco de la puerta de la cocina. Al subir las escaleras, se dio cuenta de que la puerta estaba ligeramente entreabierta. Bajó la vista, y vio el plato de leche que había en la entrada.

Empujó la puerta, aliviada al ver que no crujían las bisagras, y la cerró silenciosamente tras ella. Tras atravesar la cocina, enfiló por el pasillo hasta la luz que salía de la biblioteca y se reflejaba en el suelo.

Al principio pensó que la sala estaba vacía. Un fuego recién avivado chisporroteaba en la chimenea, pero por lo demás no había signos de vida. Entonces escuchó un suave zumbido a sus espaldas y, al darse la vuelta para seguir el sonido, se encontró a Harry dormido sobre el sofá con una bola de pelo blanco y negro encima del pecho.

Se sentó con cuidado a su lado, no pudo evitar la sonrisa que se formó en sus labios. Tras días contemplando el rostro de Harry teñido de preocupación, sorprendía verlo relajado, con una expresión de absoluta calma mientras dormía con el gatito encima.

Extendió una mano para acariciar el espacio entre las orejas del animal.

-Así que eras tú el intruso -dijo en voz baja.

Harry abrió los ojos al oír su voz. Por un instante, pillado entre las brumas del

sueño, su rostro aún en paz. Luego, una arruga apareció entre sus cejas.

-¿Va todo bien? -preguntó-. ¿Qué pasa?

_______ sonrió, y se estiró en un impulso para retirarle de la frente un mechón de pelo

extraviado.

-Nada. Son casi las nueve en punto. ¿Cuánto tiempo llevas durmiendo?

-No tengo ni idea. -Bostezó, notando al gatito sobre su pecho-. ¿Cómo ha...?

Tentación de Ángeles (Harry y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora