<•> Capítulo uno <•>

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Me encontraba muriendo de estrés, por estar atascado en el tráfico matutino de Berlín. Pegué mi frente contra el volante y suspiré, sabía a la perfección que levantarme más temprano, era de prioridad; pero mi pequeño terremoto, ese que cambió mi vida por completo, hacía que ocupara todo mi tiempo en él.

Para animorar el mal humor que me consumía, puse algo en el radio al azar y lo que cayó, fue una noticia sobre unos políticos al otro lado del mundo, en México. Discutí contra mí mismo, era todo un experto en la materia política; pero esto, me lo guardaba con mucho recelo. La vergüenza me embargaba cuando alguien se daba cuenta que me gustaba ese tema.

Mi teléfono comenzó a sonar, no debía contestar estando al volante, pero no estaba en movimiento, así, que obté por atender sin ver quien llamaba. Sin embargo, eso no hacía falta, sólo había una persona en el mundo que llamaba a esa hora.

—¿Qué?

—Ay, ¿qué pasó? ¿El señor se levantó otra vez con el pie izquierdo, para terminar de joder la mañana?

—¿Qué quieres, So? —ese era el diminutivo que usaba para Sophie, mi prima, no encontré algún apodo que utilizar y ella, muchas veces me informó que era poco original y decía cosas como: «invéntate uno bueno»

—¿Estás de camino? Ya es tarde...

—Sí, ya sé que es tarde, sé en que siglo estamos, y sí, voy de camino.

Mi ánimo estaba por el suelo, el fin de semana para toda la familia había sido un asco completo. Hubo un juicio el domingo por la mañana y mis pensamientos se quedaron en el estrado.

—No te despegaste de Vincent —aquello era una afirmación.

—Obvio. No tuve tiempo para estar con él, el asunto con Kay es grave, So.

Ahí fue cuando ya mujer se sobresaltó.

—¿¡Y por qué mierda no me dijiste nada!? —gritó. Alejé el celular del oído y arrugé el rostro, odiaba ver a las mujeres hablar de esa manera— ¡Somos primos, carajo! Y te puedo asegurar que tampoco le avisaste a James.

—Deja de ser tan vulgar, querida —esta vez, mi voz sonó más calmada—. No tuve tiempo, ¿ok? Les prometo que les contaré todo.

—Más te vale, si no quieres salir con una buenas patadas en el trasero, dadas por mi...

—Ajá, como sea.

Terminé la llamada y suspiré. El estrés comenzó a bajar cuando vi la fila de autos avanzar.

Para relajarme un poco, busqué mis cigarrillos, los cuales no encontré por ningún lugar de mi auto.

«Vas tarde, vas tarde, vas tarde »

Me decía mi conciencia, pero...

—Voy tarde y una mierda. —Nunca le prestaba atención.

Doblé en una esquina y aparqué frente a una tienda. Cuando salí del auto, un chico pasó delante de mi, caminando sin prestar atención al frente, lo seguí con la mirada y vi con claridad, como estuvo a punto de chocar contra un poste de luz.

Reí y entré a comprar los malditos cigarrillos.

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Entré al ascensor y presioné el botón con el número quince, las puertas estaban por cerrarse, pero Berta —la secretaria de mi primo—, logró entrar a tiempo.

Perfecta ImperFecciÓnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora