<•> Capítulo tres <•>

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En la tarde, a unos minutos antes de salir, le daba de comer a mis peces, ¡los pobres se me morían de hambre!  Me lo dijeron con sus caras inexpresivas y aburridas.

Había estado en una junta con unos nuevos socios y contraté a una secretaria, una joven muy hermosa de cabello claro, llamada Romy.

Mi prima, estaba sentada frente a mi escritorio, jodiendo la vida.

—Esa muchachita está muy guapa —se refirió a la nueva secretaria.

—¿Y? —me hice el desinteresado.

—Pues que ya es hora que tengas otra mujer...

—Oh, no, no, no, no —comencé a mover mis manos de derecha a izquierda— ¡Gracias, pero no! —le deje muy en claro esa palabra— Con la madre de mi hijo fue suficiente para darme cuenta que algunas son unas desgraciadas. Además, ustedes molestan demasiado —reí.

—Hablarás por otras. Yo —se señaló—, no molesto.

—¡Ay, claro! ¡No molestas para nada, mujer! —dije con exagerado sacasmo.

Sonrió con calidez.

Después de unos minutos, ella se levantó y me dijo:

—Te veo en tu casa para cenar.

—¿Y quién rayos te invitó?

Me quedé sin respuesta, ya se había marchado de mi oficina.

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Al llegar a casa, visualicé el auto de mi madre y sonreí; mas no estaba el auto asignado para la familia.

A lo lejos, escuché unas cuantas risas, que pertenecían a mi hijo y sobrina. Me alegré un poco, al menos ya no estaba llorando como el día anterior, cuando se llevaron a su madre. Le habíamos mentido con que estaba de viaje, pero su hermano, Dustin, preguntó: —¿Está en la cárcel, cierto? Negamos; pero apesar de que Dietlinde contaba con apenas diez años, ella no era ninguna tonta.

Salí del auto, al dirigirme a la entrada, saqué mis llaves y al sonar la cerradura, las risas cesaron.

Cuando entré, ya mis piernas estaban rodeadas por los pequeños brazos empijamados de Vincent.

—¡Papi! —dijo con emoción.

Después no haberlo visto durante todo el día, me agaché y abracé con mucha fuerza. Lo besaba por todo el rostro, a la vez que repetía la palabra "hola". Su rico perfume me agradaba un montón.

Con dos añitos, ya era muy grande, y gordito, así que siempre, a su pancita, la hacía tronar con mi boca cada noche, ganándome sus hermosas carcajadas.

—Espero que no le hayas sacado canas verdes a ninguna de las mujeres de la casa, Vin —le toqué la nariz con la punta de mi dedo.

—Nop —volvió a reír travieso y salió corriendo de mi lado.

Cuando me puse de pie, mi madre me miraba con ternura y Dietlinde, abrazaba a su peluche de Bob Esponja.

—¿Qué tal el trabajo?

—Normal —le respondí, me acerqué a ella y deposité un beso en su frente—, malas redacciones, una nueva secretaria, un chico guapo recién contratado y dos primos idiotas —me detuve en seco al darme cuenta de lo que había dicho.

—De seguro que ellos piensan lo mismo de ti —le agradecí inmensamente al cielo que no me había escuchado.

—Hola, tío —me saludó la pequeña, ocultando su boca en el de pantalones cuadrados.

Perfecta ImperFecciÓnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora