<•> Capítulo sesenta y dos <•>

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Me separé de él, poniéndome de pie, mientras, el miedo me invadía. Nunca había visto algo como eso. ¿Qué rayos le había sucedido? Necesitaba una explicación lo más antes posible, pero... Debía echar todo a la basura con manera de ser tan repugnante.

—Habla.

—Ya...

Puso sus manos en su estómago. Pude notar que lo apretó con bastante fuerza. Sus mejillas rojas y sus ojos vidriosos me indicaban que estaba a punto de llorar.

—Quiero que me digas por qué tienes el cuerpo así.

No había respuesta alguna. Estaba estático y sin prestarme atención, como si yo no estuviera al frente suyo, rogándole una explicación. Mis manos comenzaron a temblar y mi pulso cardiaco aumentó. Estaba comenzando a enojarme y no quería herirlo.

—Ivo... Es la última vez que voy a preguntarte por qué.

—Es que...

—"¿Es que?" ¿Eso es lo único que sabes decir?

«Cálmate. Cálmate. Cálmate...»

—A ver —inconcientemente, lo tomé de la muñeca derecha con brusquedad—, ¿tus manos también están así, cierto? Es por eso que no las enseñas —afirmé.

Lo apreté más, al punto de hacerlo expresar dolor. Quiso safarse con toda la intención del mundo, pero se lo evité.

—Du-duele...

—¡A mí me duele! —otra vez lo estaba arruinando todo con mis gritos innecesarios—. ¡Me duele que no confíes en mí! —solté su mano y me quise golpear por haberle causado tal dolor, pues llevó su otra mano hasta dónde había estado apretándolo fuertísimo—. ¡¿Es era tu secretito?! ¡¿Unas malditas quemaduras?!

Hasta ahora, caía en la cuenta del por qué nunca me había enseñado sus brazos, por qué nunca me dejó subirle su suéter, o por qué nunca me mostró sus manos...

La piel de su abdomen, estaba completamente dañada en unas cicatrices que eran, por demás profundas. Quemado. Así era como estaba. Apesar de tener unos ligeros músculos, estos se veían opacados por algo en serio terrible.

—No puedo creerlo... ¿Por qué no quisiste deci...

—¡Por eso! —su voz quebrantada, fue suficiente para hacerme sentir el más desgraciado de todos—. Así, raccinar así y es feo... Duele... —volvió a decir, acariciando donde hacía unos segundos, seguramente mi mano lo había dejado morado—. Duele todo...

—¿No me tienes confianza? Dime, ¿todos tus exnovios lo sabían? —guardó silencio una vez más—. Bien, supongo que no me equivoco. Felicidades, me has hecho enojar de nuevo.

No era necesario decir más. Cómo el patán que era, decidí darme la vuelta y dejarlo sólo.

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Me desperté algo desorientado por no amanecer en mi cama. Me encargué de despertar temprano para así, hacer una videollamada y hablar con Vin. El pequeño estaba feliz porque había visto muchísimas caricaturas ese día. Le dije que lo extrañaba, y que me respondiera con esas mismas palabras no tenía precio.

Luego de darme una ducha y vestirme apropiadamente —semiformal pues al idiota de Zuleta no de gustaban las cosas complicadas—, salí al living. Ivo estaba desayunando un poco de cereal mientras escuchaba con atención a Katy, pero al verme... Su sonrisa desapareció.

Perfecta ImperFecciÓnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora