Perfecta ImperFecciÓn

<•> Capítulo sesenta y seis <•>

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Había tocado volver a Alemania, así que también tocaba volver al trabajo. Era necesario, porque cuando llegué, todo era un completo desastre.

Nota mental:

«No dejar nunca más a mi prima a cargo de todo».

—Lane, ¿terminaste los docume... —observé como rápidamente guardaba su teléfono, para después, tallarse los ojos—. ¿Qué te sucede?

—Naa... —respondió desanimado.

—¿Nada? —pregunté— Ivo, mírame —lo sujeté de la barbilla y lo obligué a verme—. Dime qué te pasa.

—Es que Piña hacer algo ma-malo.

—¿Hizo algo malo? —enarqué una ceja y él asintió, aunque haya conjugado mal el verbo—. ¡¿Se comió a Fresa?!

Siempre imaginé que algo así podría llegar a pasar. Pero, luego pensé que fue Fresa quien se comió a Piña,  porque el hurón era de lo más salvaje, todavía me mordía los dedos cuando quería acariciarlo y con Ivo, el bicho ese, era todo lo contrario.

—¡Nooo!

—¿Entonces qué hizo? —ya había pensado que tendría que adoptar a otro cachorro.

—Él enredarse en los ca-cables del Playstation y bota... Lo botó. ¡Hizo pedazos! Él mordió y así...

Sólo pude hacer un círculo con mis labios, impresionado. Me rasqué la nuca y, sin poder evitarlo, me eché a reír. Continuaba siendo tan infantil, que no lograba darme más ternura.

—¡Ey! —yo continuaba riéndome incluso de ver su expresión de rencor, él cruzó sus brazos y apartó la mirada.

—Ya —alcancé a decir—, uuf, ¡ja, ja! Lo siento, precioso. ¿Me perdonas?

—¡Nop! —fingiendo estar enojado rebuscó los papeles que le encargué y me los hizo tirados en la cara—. ¡Aquí, tenga!

Atrapé los papeles sin importar que adquirieran arrugas y volví a soltar una risa. Me acerqué a él y le dije:

—Te ves tan guapo hoy.

Giré sobre mis talones con el fin de volver a mi oficina, pero en el camino, miré hacia atrás y Lane estaba tapándose el rostro con ambas manos.

Había logrado mi cometido:

Sonrojarlo.

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—¿Se puede saber qué hacemos acá? —preguntó mi primo algo cansado—. Tengo hambre, tú no me darás más tiempo de almuerzo, ¿o sí?

A decir verdad yo también tenía ganas de almorzar. Le había rechazado la invitación a mi pelinegro hermoso simplemente para hacer lo que quería.

—Hablas como si te tuviera de esclavo —puse mis manos en los bolsillos y le sonreí al vendedor.

—Lo dice el nazis...

—¡Cállate! —respondí—. ¡Dios! ¿Cuándo tú y Sophie aprenderán que no deben jugar con eso?

Luego de darle un breve sermón, me acercó al vendedor y le hice mi pedido.

—Por favor, sígame —dijo el chico pelinegro de lo más sonriente.

—¿Un Playstation? —dijo sorprendido James—. ¿Un regalo así para Vincent, Derek? Está muy peque...