<•> Capítulo veintinueve <•>

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No sabía si emocionarme o asustarme. Sus palabras me indicaban que eran mejor no ponerlo celoso, pero... Ya lo había hecho en dos ocasiones y aún sin razón alguna.

—Eh... —aparté mi rostro evidentemente avergonzado.

—¿Te quedó claro? —me obligó a mirarlo de nuevo.

Vale, se podía decir que su lado posesivo me estaba gustando bastante; pues era el primero que verdaderamente me celaba.

—S-sí —respondí en un susurro.

—¿Sí qué? —me presionó las mejillas hasta estirarme los labios. Pero, me dolió bastante.

—Sí, se-señor.

Se dedicó a besarme de nuevo. Ah, lo que hubiera dado por haber podido enrollar mis piernas en su cintura; pero de inmediato, el dolor se extendió con rápidez por todo mi cuerpo.

Hizo el intento de acomodarme mejor. Sin embargo, me quejé cuando se recostó en mi brazo.

—¡Aah! Due-ele...

—¡Mierda, lo olvidé. Lo siento!

Opté por sonreír. Eso era un perfecto ejemplo de como las cosas cambiaban en cuestión de segundos, pues había  dejado de comportarse autoritario, para comenzar a reír como una foca.

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—¡A ver, despiértense los dos! ¡Ya han dormido mucho! —entró mi madre gritando a mi habitación. Nos habíamos quedado dormidos sin darnos cuenta. Con la ayuda del castaño, me incorporé hasta sentarme—. La cena ya está lista —me sorprendió cuánto tiempo habíamos descansado—, ya después tendrán tiempo para follar.

Agarré una de mis almohadas y se la tiré inútilmente, cayó a mitad de camino, pues mi mano derecha no era la dominante.

—¡Me parece perfecto! —dijo él, refregándose el ojo izquierdo—. ¿Cuándo será? Estoy realmente interesado en esa propuesta —se balanceó hasta mí, para depositar un beso encima del espadrapo—. Aunque tú tendras que enseñarme cómo hacerlo.

¿Yo? ¿Qué no se daba cuenta que era más virgen que el aceite de oliva?

Como respuesta, le di un pequeño golpe en su hombro y sonrió. Más vergüenza me daba si decía esas cosas al frente de mi madre.

—Bueno, en fin. Te vas a quedar a cenar, corazón; no me vas a rechazar —oh, me hacía mucha ilusión que fuera ahora él quien cenara en mi casa. Lo miré y sonreí, esperando a que diera una respuesta.

—No pensaba hacerlo.

—¡Bien! Los esperamos afuera —esto me indicó que era un verdadero milagro que Schmetterling no entrara corriendo a mi habitación como todos los días.

Mi madre se dio media vuelta, cerrando la puerta detrás suyo.

—Creo que hacía mucho que no tenía una siesta un día lunes —bostezó. ¡Ay, se veía tan lindo!—. ¡Estaba tan cómodo! —estiró sus brazos.

Yo también lo estaba, porque se dormió abrazándome cual koala recién nacido y aprisionaba su agarre cada vez que soltaba un leve ronquido.

—Ven —me dijo poniéndose de pie—, te ayudo —me extendió su mano y la recibí.

Afuera, mi madre ya estaba poniendo la mesa y Schme corrió a abrazarme. Me abstuve de soltar una grosería, porque me había lastimado la cadera más de lo que estaba.

Perfecta ImperFecciÓnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora