<•> Capítulo ochenta y tres <•>

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¿Había escuchado bien?

Tragué en seco y sacudí la cabeza. Miré a mi hermana a los ojos. Tanto ella, como yo, estábamos a punto de decir algo, pero ninguno podía.

—¿Eh? —fue lo único que salió de mi boca.

—¡Ay ya, no te hagas el tonto! —me dio un pequeño golpe en el hombro para hacerme reaccionar—. ¡Estoy muriendo de la angustia!

—¡¿Y tú crees que yo no?! ¡Joder! Estabas comportándote muy raro, lo sabía.

Hacía unos días atrás, cuando llegaba a casa, ella estaba descansando. Durmiendo por horas, cosa que se me hizo totalmente raro. Además, no quería comer pretzels y eso sí que me asustó. Ella, era una muchacha bastante activa, y comelona también. A todo esto le sumaba que la vi frotarse la panza frente espejo. Le pregunté que qué hacía, y lo único que me dijo fue que sentía que estaba engordando.

—¿Soy el primero que lo sabe?

—De nuevo.

La primera vez que supe que estaba embarazada, fue porque la encontré con la prueba casera en la mano. Su primera reacción fue tirármela en la cara, y la primera mía fue hacer una expresión de asco.

—Lo siento...

—¿Y ahora por qué te disculpas conmigo? No, no, no mi niña —la abracé de inmediato y pasé mi mano por su cabello—. Conmigo no te tienes que disculpar. Pero, dime... ¿George ya lo sabe?

—¡¿Y quién te ha dicho a ti que es de él? —me miró, fingiendo total impresión. Yo la miré serio.

—No, bueno... ¿Es de otro? Porque si es así, dame espacio para desmayarme —hice unas piruetas raras, tratando de calcular si me dolería el golpe.

—Payaso —sonreí—. No, aún no lo sabe y eso es lo que me tiene angustiada.

—¿Por?

—Hace tiempo, me había dicho que no sabía si quería tener hijos —eso me borró la sonrisa—. ¿Lo sabes no? Es más jovencito que yo...

Hice una mueca al escuchar esa declaración. Era mayor que él por unos cuantos años. Además, ella tampoco se veía tan vieja, cualquiera le podía calcular unos veinticinco.

—¿Y qué? Si no se hace responsable...

—¿Qué? —interrumpió, caminando hacia una bancas que estaban cerca, y tomó asiento—. Hermano, yo no quiero pasar por lo mismo. Atar a un hombre por un hijo, no... No de nuevo.

Pensé detenidamente sus palabras y suspiré.

Era obvio que no quería pasar lo mismo, menos cuando Horst la trató como lo hizo. Kay se embarazó de adolescente, aún estaba en colegio. Claro que eso fue una bomba para John Kellerman, a ella y a Horst, prácticamente los obligó a estar juntos por el tedioso «que dirán».

De toda esa mierda, lo único que sabía era que nunca le dejaría sola. No dejaría que volviera a sufrir.

—Bueno, ¿te olvidas de mí? —hablé luego de un terrible silencio—. ¡Soy el mejor tío de todo el mundo! —hablé, levantando los brazos victorioso, y por primera vez en esos minutos, le saqué una hermosa sonrisa—. Kay, sea lo sea, estaré contigo —puse mi mano en las suyas, las que se aferraban con fuerza al sobre de papel—, siempre.

—Gracias. Gracias por todo, Iván. —hice una mueca al escuchar mi segundo nombre.

—¿Quieres que te lleve con él?

Perfecta ImperFecciÓnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora