<•> Capítulo veintiuno <•>

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Sentí claramente como un sudor frío comenzó a perlar mi frente. Coloqué las manos en la orilla del escritorio para evitar que el mareo que tenía, aumentara. Sin embargo, decidí reír, con bastante nerviosismo.

—¡Ja, ja, ja! Déjate de bromas, Caleb.

—¿Realmente crees que te jugaría ese tipo de broma? —se sentó justo al frente mío—. No te estoy mintiendo, Derek. La vi, y lo más seguro es que tú también, sólo que no te has dado cuenta de ello.

—¿Ah?

—Se tiñó el cabello de negro, se lo cortó por aquí —señaló la altura de sus orejas— y ahora luce un flequillo que oculta toda su frente.

Me era imposible imaginarla sin su cabello largo y rubio. Entonces, sí existía la posibilidad de haberme encontrado con ella. Y era algo que incrementaba mi enojo.

—La vi en un McDonal's que está por dónde trabajo. Te juro que me paralicé cuando escuché su nombre. Estaba sentada cerca de mí, con otra mujer. La reconocí de inmediato por los tatuajes en su brazo derecho.

—Esto no me puede estar pasando —oculté la cara en mis manos luego de haberme jalado el cabello—. ¡Mierda! —grité, sin que me importara ser escuchado—. ¡¿Por qué justo ahora?! ¡Han pasado dos putos años!

Maldije otra vez, chasqueé la lengua, y con el puño derecho, golpeé la orilla del escritorio. Estaba tan furioso, que no me dolió romperme los nudillos.

—Llama a George —comentó—, él puede ayudarte, ¿no? Debes contratar a un abogado ya, no puedes esperar. Esa perra tiene que pagar por su crueldad, y tú —me señaló—, debes ser duro con ella.

—¡Por supuesto que sí! —respondí con determinación, pero le saqué una carcajada al castaño—. ¿Qué es tan gracioso?

—Nada —se excusó, levantando los hombros—. Sólo espero que tus sentimientos no salgan a flote cuando la veas de nuevo.

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—Ivo —lo llamé al no verlo sentado en su lugar.

Me acerqué a su puesto y mi mente quedó en blanco, al verlo de cuatro, debajo de la mesa buscando quién sabe qué cosa. 

Sus muslos eran bastante gruesos y torneados. Tenía el trasero levantado, regalándome la mejor vista del día: sus perfectas nalgas redondas.

¿Cómo no lo había visto antes?

«Mira nada más. ¿Dónde está tu respeto?»

Maldita conciencia.

Sentí mis mejillas calientes, así que me tapé el rostro y aclaré mi garganta.

—Ivo —volví a llamarlo, para evitar que mi amiguito creciera.

—¿Si? —preguntó, pero al levantarse, pegó la cabeza en la mesa—. ¡Ayayay! —exclamó.

—Mierda, ¿otra vez? —me agaché para ayudarlo.

Se levantó, me volteó a ver y aprecié unas cuantas lágrimas que amenzaban con salir.

—¿Estás bien? —asintió, pero se tocaba la cabeza, expresando dolor—. Ten más cuidado, ya son dos golpes hoy —acaricié su mejilla, y sonrió.

—Ah, ¿u-usté dejó eso a-aquí? —señaló la bolsa de papel y se limpió los ojos.

—Sí. ¿No lo has abierto? —negó—. Hazlo. De hecho venía a preguntarte si te había gustado.

Perfecta ImperFecciÓnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora