<•> Capítulo veinticinco <•>

16K 1.5K 506
                                    


°

°
     
Ay, no. Eso era lo único me faltaba. Que existiera la enorme casualidad —y fatalidad—, de que ella fuera la culpable.

Pasé saliva con dificultad. Un leve dolor de cabeza hizo su aparición.

Me puse de pie.

—¡Sólo a mí me pasa esto, joder! —exclamé, tomando mi celular y marcándole de inmediato a George.

Ivo estaba confundido, y trató de levantarse de la cama, pero lo detuve.

—Quédate ahí —permaneció quieto—. Ya regreso.

Salí y me instalé en la cocina. Ese tipo no respondía y ya me estaba poniendo nervioso, o fúrico tal vez. Pero por fin, al quinto intento, contestó.

—¿Qué quiere, Kellerman? —¡uush! Odiaba que siempre hablara con la más tranquila de las voces, aunque a mí, me estuvieran arrastrando al infierno.

—Dime por favor que tienes un colega que quiera ayudarme —estaba exaltado, pero no podía ponerme a gritar en la casa de Ivo.

—Iba a llamarlo en una hora, tranquilo. ¿Qué es tan urgente?

—Tranquilo —exclamé con sarcasmo—. ¡No puedo estar tranquilo, maldita sea! ¡Frieda acaba de atropellar a uno de mis empleados!

—Espere, espere. ¿Cómo sabe que fue ella?

—Ah, pues que casualidad que la hayan descrito con sus mismo rasgos —más sarcasmo— Esa mujer ya está en Berlín. Es muy obvio que ande cerca, ¡hasta Caleb ya la vio, por el amor de Dios!

—Bien, lo llamaré en... Mmm, en un rato, ¿de acuerdo?

—Bien —respondí, resongando.

—¿E-etá bien? —me volteé, y me encontré con ese hermoso chico me me hacía olvidar mis problemas.

—Algo así... —¡Dios! Debía relajarme o sino, le levantaría la voz a él, y era lo último que quería que pasara—. No importa, todo se arreglará. Dame un segundo.

Recordé que debía llamar a Romy. Lo hice, le dije que lo más seguro, no regresaría en todo el día. Ella habló con Ivo y él le dijo que estaba adolorido, pero bien.

—¿Tienes hambre? —le pregunté, ya eran las doce medio día—. Puedo llamar al Delivery sí así lo deseas.

—¿Eh? —sus ojos azulados, se iluminaron de repente—. ¿De ve-veras?

—Anda, dime que quieres.

—¡Pastel! —dijo decidido. Esa palabra sí la decía bien.

—Vale, ¿sabes que quiero yo?

—¿Q-qué?

—Un beso tuyo —se sonrojó, sonriendo de lado. Me acerqué y lo abracé con mucho cuidado de no lastimarlo más—. ¿Entonces?

Entonces...

Fue él quien me besó a mí.

<•>

Había pedido el pastel y dos pizzas familiares una la dejamos para su madre y la pequeña Schmetterling.

Comimos en su cama entre risas y jugosos besos.

Pero... Lo obvio sucedió. Mientras compartíamos un apasionado beso, la puerta se abrió de repente. Dejando ver a una señora baja, delgada y de tez pálida.

Perfecta ImperFecciÓnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora