<•> Capítulo sesenta y tres <•>

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Mi corazón me estaba delatando, pues latía tan rápido que dolía. Estaba poniéndome muy nervioso. ¿Era demasiado pronto? Además, recientemente tuvimos esa pelea, así que lo lógico era esperar a que nos arreglaremos más, pero...

Al parecer el no podía esperar.

De inmediato, su experta lengua exigió ingresar a mi boca. Quise separarme; pero me impidió, sus manos se aferraron a mi nuca.

Dejó de besarme para pasar sus manos por su rostro.

—Déjame verlas —susurró a mi oído, haciéndome temblar—. Por favor...

No era necesario seguir usando los guantes cuando ya sabía todo. Y si estaba dispuesto a seguir adelante con eso... Esa prenda iba a ser completamente inútil.

Apreté mis labios y asentí. En ese momento, sus dedos se deshiceron del agarre del diminuto botón que los mantenían sujetos, luego, se detuvieron en mi dedo anular y jaló la prenda hasta dejarme al descubierto. Sentí frío de inmediato; sin embargo, este desapareció. Él entrelazó nuestros dedos y dejó un beso en ellos. A juzgar por su expresión, estaba impresionado, pero fue perfecto en ocultarlo un poco.

Repitió el proceso con mi mano derecha. Ahora, podía concentrarme en sentir su ligera callosidad por usar una computadora casi todo el día. En el calor que me daba...

Al fin pude concentrarme en todo lo expresaba el simple hecho de juntar nuestras manos.

—Por favor... —volvió a decir, sólo que que esta vez, no sabía con exactitud a que se refería—. Te prometo que seré gentil.

Mis mejillas ardieron en ese momento, y para quitar lo tenso y vergonzoso del ambiente, reí un poco. Él confundido, ladeó la cabeza para ver por qué reía. Dejé un beso en su nariz y pensando de manera correcta lo que iba a decir, hablé:

—Está bien —sonrió.

Respingué un poco al sentir que sus fuertes y grandes manos se colaron por debajo mi suéter. Se removió un y hasta ahora, pude sentir su erección debajo de mí. No pude evitar soltar un leve jadeo, provoqué él levantara las cejas repetidamente en modo de coquetería.

Llevé mis manos a su cabello. Sonreí al sentir por primera vez lo sedoso que eran esos castaños mechones. Ahí, tomándome por sorpresa, subió mi suéter hasta mi pecho. Entendí que quería quitármela, así que levanté mis brazos y le di el acceso a hacerlo.

—Joder, espérame aquí, ¿sí? —me dejó descansar en la orilla de la cama y se puso de pie. Era obvio que no podía ocultar lo erecto que estaba—. Iré por los condones.

Se apresuró a salir mientras se limpiaba el sudor de la frente. Me resultó gracioso, pero mi sonrisa se borró. Me giré hasta quedar boca abajo y mire mis manos. Debí haberle dicho todo desde antes.

—Ay, Ivo... —sentí su ronca excitada voz detrás mío, para luego, exaltarme cuando sus calientes manos comenzaron a recorrer mis piernas—. Quédate así, ¿vale?

Tuve que ocultar mi rostro en las almohadas, pues ahora mismo, con sus labios. Sentí sus manos colarse por el elástico de mi pijama y lo deslizó hacia abajo junto con mi ropa interior. Ahora, estaba a su merced, completamente desnudo, y él, recorría las cicatrices que tenía en la parte trasera de mis muslos, dejando un camino húmedo, para luego contrarrestarlo con el tacto de su nariz acariándome.

Él se detuvo al instante cuando me escuchó gemir levemente. Había mordido un poco y me tomó por sorpresa. Se acomodó encima de mí, y me dijo, besando mi nuca:

Perfecta ImperFecciÓnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora