Capítulo 2.-

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   Me desperté bastante tarde, demasiado tarde, eran las seis y debía pasar a limpio todos los apuntes de todas y cada una de las clases que había tenido esa semana, por no olvidar el hecho de que mi habitación estaba hecha un asco y debía ordenarla antes de que a mi madre le diera por comprobar que su queridísima hija adoptiva seguía viva de alguna forma. Me levanté de la cama rápidamente y alise las sábanas y la colcha, asegurándome de que no quedara ni una sola arruga que pudiera reprocharme, recogí la ropa limpia y bien doblada que mi madre había dejado esa misma mañana junto a mi armario y terminé ordenando mi escritorio, en el que en breves momentos habría vuelto a desordenar para terminar los "deberes" de la Universidad, y lo digo entre comillas por que no era necesario que lo hiciera, simplemente quería tenerlo todo bien ordenado para aprobar fácilmente el examen que me esperaba a la vuelta del fin de semana.

   Me senté en la silla giratoria que llenaba de ropa a medio ensuciar constantemente y saqué, de uno de los cajones de la cómoda que había junto a la mesa, todo lo necesario para hacer un esquema como Dios manda: lápiz, hojas en blanco, folios, bolígrafos de distintos colores, subrayadores color pastel, rotuladores y típex. Una vez todo puesto encima de la mesa, repartido en pequeños montones una pregunta vino a mi mente:

   ¿Por donde empiezo? —pensé revisando cada una de las hojas que tenía de la misma asignatura.

   Por si os lo estáis preguntando, estudio psicología, siempre me ha atraído la mente humana, el funcionamiento y as extrañas enfermedades que puede llegar a padecer la persona por un mal funcionamiento del cerebro, los casos que más me llaman la atención son los adultos con el "Síndrome de Peter Pan" y la gente con bipolaridad, estoy desenado hacer pruebas en el Hospital Psicológico que suele acoger a prácticamente todos los alumnos de mi Facultad. 

   —Cariño, ¿estás bien? —preguntó mi madre entreabriendo la puerta de mi habitación y mirando hacia el interior con cautela.

   —Sí, mamá, es sólo que... Tengo mucho trabajo. —aseguré agitando en el aire los más de cinco folios llenos de dibujos, frases, palabras sueltas y flechas uniendo conceptos.

   —¿Por qué no bajas a merendar algo rápido y así coges energías para todo? Hoy igual cenamos un poco tarde. —me ofreció con la misma sonrisa dulce que usaba cada vez que trataba de calmarme.

   —Vale, ahora mismo bajo. —asentí algo más animada mientras ordenaba todas las hojas por la fecha en las que las había escrito.

   Cinco minutos después, que me parecieron realmente eternos, me disponía a bajar la escalera que conectaba los dos únicos pisos que tenía la casa de mis padres, desde el piso superior ya se podía oler el delicioso aroma a chocolate caliente recién hecho con... ¡¿Churros?! Bajé los escalones de dos en dos, ansiosa por devorar aquella apetitosa merienda, pero el panorama que me recibió en la cocina fue del todo desconcertante; mi madre hablaba animadamente con un hombre trajeado, de unos veinticinco años, aproximadamente, de pelo negro como la noche y ojos tan oscuros como la americana negra que vestía.

   —Tú debes de ser Rebbeca, encantado. —me saludó el hombre, acompañando una elegante reverencia, parecida a la que hacían los príncipes en las viejas películas de Disney, de un suave agarre de mi mano y un beso en el dorso de la misma.

   —Cielo, este es Ian, es uno de los directores de un hospital psicológico privado, es hijo de un amigo de tu padre. He estado hablando con él y dice que cuando salgas de la Universidad puedes ir a trabajar allí, te guarda uno de los mejores puestos, de esos que tienen cola de espera para conseguirlos. —explicó mi madre, la verdad, me sorprendió bastante, no sabía que mi padre tenía contactos tan increíbles, pero mi madre parecía tener el doble de ilusión que yo.

   —Mamá, acabo de empezar el primer curso. —le reproché tratando de sonar lo más adulta y madura posible.

   —Además de lista, madura y tremendamente guapa, Janeth, tu hija lo tiene todo. —comentó Ian, que desde el saludo hasta ese momento se había quedado al margen, observándonos atentamente hablar.

   —Yo... —murmuré cohibida, estaba absolutamente avergonzada, las posibilidades de que me pusiera roja en ese instante eran de 99,99999%, y llegaron al 100% cuando sentí un inmenso y abrasador calor subir por mi cuerpo, parando en mis mejillas, que, instantáneamente adoptaron un tono tan rojo como el de los tomates que había en una fuente en la encimera de la cocina.

   —Rebbeca, había pensado que sería buena idea que mañana por la tarde Ian te ayudara a estudiar para tu primer examen en la facultad, ya sabes, el del lunes, así te quitas el miedo a saber como te examinarán y eso. —comentó mi madre con una amplia y dulce sonrisa, se notaba a la legua que estaba realmente feliz.  

Tímida ·Daniel Oviedo·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora