Capítulo 37.-

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—Hay un problema con eso. —dijo tras unos segundos de sepulcral silencio.

Me giré para mirarlo, esperando que hablara.

—¿Qué problema? —pregunté, aún sin descifrar a qué se refería con aquello.

—No quiero ser tu amigo, Rebbeca, no te puedo llamar Teddy por que no te considero sólo mi amiga. Quiero que seas algo más, que seamos algo más. No te pido que tengamos la relación perfecta, pero sí que me des otra oportunidad. Tú... me gustas mucho —suspiró sonoramente y cogió una bocanada de aire—. Lo admito, y admito que estoy celoso de Ian, joder, te perdí y ni si quiera me inmuté, ahora él tiene a la chica de la que estoy enamorado. —lo miré a los ojos, atónita, sin poder creer la última palabra que había pronunciado.

—Daniel no... —comencé a decir, pero este no dejó que terminara mi frase.

—Sí, lo he dicho, estoy enamorado de ti, Rebbeca, me ha costado mucho darme cuenta, pero es así. Por eso he querido cambiar, me di cuenta de que si seguía siendo la misma persona que te hizo daño no volverías a confiar en mí. —explicó, tras agarrar con suma delicadeza mi mano.

Tragué saliva, no sabía qué responder, se acababa de declarar delante de mí y yo estaba partida en dos, mi mente tenía dos ideas totalmente diferentes de qué hacer. La parte racional quería seguir fiel a Ian y no lanzarme a los brazos de Daniel y besarlo, mientras que el hemisferio irracional de mi cerebro quería hacer todo lo contrario, me impulsaba a dejarme llevar y rememorar el primer beso que compartimos.

Me quedé mirando sus ojos, pensando aún como reaccionar, no podía quedarme así todo el tiempo, en algún momento el querría una respuesta razonable, o al menos querría que articulara una sola palabra. No era capaz de hacer nada, mi mente estaba en una batalla interna y mi cuerpo necesitaba mi cerebro para hacer algo. Era como estar atrapada dentro de mi misma.

«Corre. Vete al despacho, allí tendrás tiempo suficiente para pensar en qué decirle. —razoné por fin.»

Aquella parecía una buena respuesta, quizá demasiado cobarde, pero no tenía más ideas, mi cerebro había vuelto a quedar fuera de combate y parecía que no volvería a estar activo en un buen rato.

—Me tengo que ir. —dije por fin, segundos antes de caminar hacia el interior del enorme edificio.

Caminaba rápido, sin querer mirar atrás, por miedo a que Daniel me estuviera siguiendo o algo parecido, aunque al parecer no fue así, ya que no oí pasos detrás de mí, ni una voz pronunciar mi nombre, ni si quiera intentó pararme cuando me fui de su lado, cosa que agradecí, necesitaba pensar, y estaba segura de que si me hubiera parado no me hubiera resistido y lo hubiera besado.

Subí por las escaleras, así no tenía que entablar conversación con quien quiera que coincidiera conmigo, además, así hacía ejercicio, y el ejercicio nunca es malo, ¿no? Cuando llegué al despacho lo primero que hice fue sentarme en mi silla giratoria, dejando todo mi cuerpo muerto, como si fuera una bolsa llena de arena, pero en vez de arena yo estaba repleta de dudas, preguntas y remordimientos. Sí, exacto, me sentía mal por haber querido besar a Daniel aún estando en una relación seria con Ian.

De repente algo vino a mi mente, Ian no podría saber lo que había pasado, lo que me había confesado Daniel debía permanecer entre él y yo, conocía a mi novio, y se pondría increíblemente celoso, además, como Daniel era el nuevo encargado del correo debía verlo cada vez que Ian recibiera una carta mandada al hospital.

Tímida ·Daniel Oviedo·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora