Capítulo 35.-

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Bajó la cabeza durante unos segundos, mirando sus zapatos negros, pero poco después volvió a mirarme a los ojos.

—He cambiado en estas dos semanas, y te sorprendería lo que soy capaz de hacer. Soy un hombre nuevo que quiere rehacer su vida. —aseguró, parecía que ya se había recompuesto por mi comentario y estaba listo para afrontar lo que le tuviera que decir.

—Espero que sea así. No te deseo el mal, Daniel. Lo que hiciste me dolió mucho, pero aún así espero realmente que hayas cambiado. —me sinceré, sin poder evitar sacar a relucir mi lado más tierno y comprensivo, sentía que en esos momentos lo que más necesitaba Daniel era que lo apoyaran de alguna manera.

Me miró directamente a los ojos, con los suyos entrecerrados, como si quisiera describir intenciones ocultas o verdaderos pensamientos, quizá creyendo que lo que acababa de decir no era del todo cierto. La sorpresa se notaba en su rostro, pero no sonreía, lo que era bastante extraño. Parecía que había perdido la confianza en mí.

Un minuto después, se decidió a hablar

—Yo pensé que... —comenzó a decir, pero yo le corté al instante, sinceramente, no quería saber que pensaba de mí.

—Mucha suerte. —negué con la cabeza, indicándole que no hacía falta comentar nada más.

Y dicho aquello le dediqué una amable, tierna y amplia sonrisa, esperando que así tuviera fuerzas para enfrentarse a la horrorosa chica que se encargaba de contratar a nuevos empleados. No quería chafarle la ilusión, por eso no se lo dije. Aunque conociendo a Daniel la tendría a sus pies nada más entrar en la sala de entrevistas.

Las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba, mostrándome una preciosa sonrisa de agradecimiento y algo más que no pude descifrar. Aún así, era una sonrisa preciosa, que le quedaba de miedo en aquellos carnosos labios. Se alejó, caminando rápidamente por el pasillo, en dirección al despacho de la chica que se encargaba del personal, situado al final de aquel corredor.

✖✖✖

Pasaron un par de días, no había vuelto a tener noticias suyas, pero esperaba que hubiera conseguido un empleo, aunque no fuera allí, se merecía trabajar para cobrar un sueldo, por reducido que fuera.

Yo estaba cada vez más contrariada, Ian no dejaba de trabajar en ningún momento, aunque hubiera una semana sin ni una sola llamada el siempre tenía algún paciente al que atender, lo que me resultaba realmente extraño y creaba en mí una sensación de inseguridad. La sola idea de que estuviera engañándome me revolvía las tripas y me daba ganas de comenzar a llorar, pero estaba claro que no podía ser eso, era muy poco probable que Ian tuviese una amante.

Salí del despacho, dispuesta a estirar las piernas y salir a la calle a respirar aire fresco, el estar encerrada tanto tiempo entre cuatro paredes no podía ser bueno, pero no había abandonado del todo mi puesto de trabajo, ya que llevaba conmigo un teléfono inalámbrico, que estaba conectado al fijo del despacho.

«Hay que ir siempre bien preparada. —era la frase que me decía constantemente, cada vez que salía a tomar aire.»

Estaba llegando al ascensor cuando una mano se posó en mi hombro, estando aquella persona detrás de mí.

«Genial, justo cuando quería tomarme un descanso. Como sea alguna madre que quiere cita para su hijo me arranco los pelos de la cabeza —pensé, sin si quiera girarme.»

No me malinterpretéis, me encanta ayudar a la gente y pasarle a Ian los mensajes de agradecimiento que le dejan los familiares de sus pacientes, pero muchas veces había personas que se ponían histéricas al no conseguir cita a la hora y día indicados, y escuchar sus quejas era horrible.

Tímida ·Daniel Oviedo·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora