Capítulo 34.-

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Pasaron dos semanas, la tranquilidad y la monotonía se respiraba en mi vida, no había vuelto a ver a Daniel, cosa que me hacía pensar en muchas cosas, ¿habría buscado realmente un trabajo? Esperaba que sí, así, al menos, tendría algo de dinero ganado con honradez, no sabía cómo podía mantener su casa y darse el lujo de organizar fiestas increíbles cada semana. Ian y yo seguíamos igual, bien, aunque quedaba claro que la pasión se estaba perdiendo poco a poco, ya no lo hacíamos con tanta frecuencia, si no que con una vez por día, y a veces ni si quiera eso, nos era suficiente, la relación no era como antes, pero supuse que todas relaciones pasaban por esa etapa en la que el sexo pasa a un segundo plano, de manera que no me preocupé demasiado.

Acababa de llegar al trabajo, Ian estaba con un paciente y yo tenía la puerta abierta del despacho, para que la habitación se aireara mientras respondía a algunas llamadas y hacía otras tantas. Ya había comido, Ian me había advertido de que no estaría para comer conmigo, por lo que paré en un local de bocadillos para llevar y me comí el mío por el camino. La calma llegaba a ser hasta aburrida, los psicólogos y pacientes pasando delante de la puerta eran rutinarios, por lo que no tenía nada con lo que distraerme cuando no tenía trabajo que hacer hasta que llegaba otra llamada. Para qué mentir, estaba demasiado aburrida.

—Buenos tardes, nena. —dijo una voz masculina, que me resultaba demasiado familiar, pero que estaba claro que no era de Ian.

Tenía miedo de levantar la vista, era posible que aquél hombre no se dirigiera a mí y simplemente se lo dijera a otra mujer que estuviera en ese lugar, pero la curiosidad me mataba.

Levanté la cabeza, dirigiendo mi mirada hacia el autor de aquella frase, y lo que vi ante mis ojos me dejó muda, no esperaba que Daniel estuviera allí, es más, no pegaba nada en un lugar como ese.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, mientras me levantaba con rapidez de mi silla y me acercaba a él con paso rápido.

Lo miré de arriba a abajo, iba más elegante de lo normal, ya que una camisa blanca, una corbata negra y unos pantalones de vestir a conjunto cubrían su musculoso cuerpo, pero lo que no había cambiado era su mirada penetrante y su indomable tupé castaño oscuro.

—Voy a hacer lo que me dijiste, llevo unos cuantos días buscando un trabajo, he echado el currículum en un montón de sitios y ninguno de ha respondido. Además, descubrí que trabajabas aquí y no podía reprimir las ganas que tengo de verte todos los días. —explicó, mirándome a los ojos, aunque de una manera sincera y seria que nunca había visto en su mirada.

Aún así, la última frase sí que era propia de él, parecía que había aprovechado ese momento para tratar de ligar conmigo de alguna manera, pero estaba claro que no había conseguido nada con aquello.

—Aquí sólo contratan a personal cualificado, a menos que tengan un puesto de poca monta para ti no creo que consigas un puesto. —rebatí, cruzando mis brazos por encima de mi pecho y mirándolo a los ojos, con la seriedad plasmada en mi rostro.

No tenía intención de herir sus sentimientos con lo que había dicho, pero al parecer aquello le dolió, ya que pasó una mano por su pelo, dejando que los mechones se enredaran en sus dedos, y soltó un largo y sonoro suspiro, como si quisiera desprenderse de un peso que había en su interior.

Tímida ·Daniel Oviedo·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora