Capítulo 32.-

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Durante todo el camino no pude evitar que mi mente le diera vueltas y más vueltas a todo lo que había pasado, había quedado muy claro que mis creencias sobre Daniel eran ciertas: era un auténtico gilipollas, pero el hecho de que hubiera anunciado que quería cambiar había conseguido que me planteara seriamente varios aspectos hacia su persona.

Todo ello desapareció en el momento en el que entré en el despacho de Ian, era una pequeña sala con dos escritorios, uno bastante grande y de excelente calidad para él y uno algo más pequeño y barato para mí, este último estaba repleto de papeles, portafolios, carpetas, bolígrafos desperdigados y, por supuesto, un teléfono fijo, que era al que llegaban todas las llamadas que se dirigían a mi apuesto novio, por no descartar el precioso ordenador portátil que Ian me había regalado cuando comencé a trabajar allí. Desde luego, era alguien increíble. Además, nuestro puesto de trabajo lo llenaban varias estanterías y ventanas de cristal que ocupaban gran parte de la habitación, aunque, por suerte, las cortinas de las mismas tapaban todo el interior cuando se bajaban, lo habíamos comprobado más de una vez cuando teníamos sexo en su escritorio, que muchos días acababa algo más desordenado de lo normal.

Nada más introducirme en la sala me inundó el increíble aroma a la colonia que usaba Ian cada día, siempre, definitivamente, adoraba la colonia de hombre, y la amaba mucho más si estaba impregnada en una de sus prendas de ropa, aquello sí que no tenía precio.

—Hola, cariño. —lo saludé, llamando de paso su atención y consiguiendo que levantara la vista de su ordenador para fijarla en mí.

Una sonrisa dulce y tierna apareció en su rostro cuando llegué junto a él, esperando a que apartara su silla del escritorio para que yo me pudiera sentar sobre sus piernas, y así lo hizo, dejándome el espacio suficiente para permitirme acomodarme sobre su regazo.

—Hola, princesa, ¿qué tal en la Universidad? —me preguntó, mientras pasaba uno de sus brazos alrededor de mi cintura y cerraba un par de pestañas en su ordenador que no llegué a distinguir.

—Bien. ¿Quieres que nos vayamos a comer? Tengo hambre. —le ofrecí, apoyando mi cabeza sobre su hombro, mirando su perfecto rostro de reojo.

—No me apetece salir... ¿Y si pedimos comida y que nos la traigan? —comentó, arrugando la nariz de una manera realmente adorable.

Aquello me pareció mu extraño, nunca le había gustado comer en su oficina, una vez yo le comenté la misma idea y la rechazó casi de inmediato, por lo que ya no volví a comentarla nunca más. Lo único bueno de que quisiera comer allí era que estaríamos más tiempo a solas de lo normal, cosa que para nada me desagradaba.

Asentí sonriendo, dándole a entender que estaba de acuerdo con esa idea, a lo que él sonrió ampliamente, a la vez que comenzaba a acariciar mi cintura por debajo de la camiseta, sus caricias hacían que me sintiera rara, no sabía como explicarlo exactamente.

¿Telepizza? ¿Burger King? —pensé en voz alta, aquellos eran los dos restaurantes de comida rápida que más me gustaban y que me apetecían en aquél momento.

Telepizza, no me apetece nada comerme una hamburguesa ahora. —respondió descolgando el teléfono que descansaba sobre su escritorio, a la vez que buscaba en su móvil el número del Telepizza más cercano a nosotros.

Me levanté de su regazo y me acerqué a uno de los grandes ventanales, admirando las calles y edificios que se encontraban a escasos metros de nosotros, dejando que pidiera lo que quisiera, a mi me gustaba todo, por lo que no tenía problema.

Tímida ·Daniel Oviedo·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora