Capítulo 18-

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Subí a mi habitación con el paso lento, llegados allí ya me daba igual el tardar un siglo en ducharme como es debido y vestirme con la ropa más cómoda de mi armario, sólo quería relajarme de una vez y poder pensar con claridad.

Entré en mi cuarto y, nada más pisar el interior, me deshice con rapidez de mis zapatos y me quité el vestido, ansiosa por poder relajarme de una vez por todas.

Nada más meterme en la ducha recordé uno de los momentos más vergonzosos de la noche anterior, aquél en el Daniel y yo nos metimos en la ducha de su habitación y gemí mientras el agua caía sobre nosotros. Entonces recordé el cuerpo de Daniel, sus trabajados abdominales y sus musculosos brazos, sus profundos ojos marrones, que reflejan deseo y lujuria cuando se posan en mi cuerpo y sus rebeldes mechones de pelo castaño. No pude evitar morderme el labio pensando en todo ello, no podía aún creer lo que había hecho, pero me costaba más aún asimilar los cambios tan radicales de opinión que estaba sufriendo, en unos momentos me arrepentía y en otros estaba eufórica por ello.

Ni yo misma me entendía.

Cuando pude salir de mis pensamientos terminé de ducharme en un tiempo récord, quince minutos para ser exactos, luego entré en mi habitación, con mi cuerpo rodeado por una toalla limpia, para ponerme a buscar en mi armario unos vaqueros elásticos y una camiseta de media manga, de color blanco y mangas azul cielo. De debajo de mi cama cogí unas deportivas negras y blancas, para, más tarde, cepillarme el pelo, antes de vestirme, para así no mojar la ropa limpia.

Cuando iba a ponerme mi ropa interior sonó el timbre, haciéndome maldecir mentalmente a quien quiera que estuviera al otro lado de la puerta de mi casa. Me puse el sujetador con rapidez, pero me di cuenta se que no me daría tiempo a vestirme al completo, dado que quién quiera que estuviera fuera estaba perdiendo la paciencia por momentos y llamaba a la puerta con cada vez más insistencia, de modo que simplemente cogí una sudadera muy grande y me la enfundé con rapidez mientras bajaba las escaleras hacia la entrada.

Una vez allí me aseguré de que la sudadera me tapaba lo suficiente para estar algo presentable y, para ser exactos, esta me llegaba un palmo por debajo del culo, cosa que me hacía sentir demasiado incómoda, pero, aún así, preferí dejarlo estar, no tenía tiempo para cambiarme.

Abrí la puerta, encontrándome frente a frente con Ian, vestido con un traje negro hecho a medida y una sonrisa confiada en el rostro. Me miró a los ojos antes de que yo preguntara:
—¿Ian? ¿Qué haces aquí?

Estaba desconcertada, no sabía el por qué de su visita, pero me estaba retrasando el quedar con Alice y no tenía tiempo para estar hablando con el.

—He venido a verte, tu madre me pidió que pasara a ver que estabas bien. —respondió, algo sorprendido, supuse que él no sabía que yo no estaba al corriente de aquello, estaba tan sorprendido como yo.

—¿Qué? ¿Mi madre? —balbucee contrariada y pensativa al mismo tiempo.

—Sí, yo... Pensé que sabrías que iba a venir. Lo siento. —se disculpó, parecía realmente arrepentido, por algo que no había sido culpa suya, cosa que me hizo ver su lado tierno.

—Tranquilo... Da igual. ¿Quieres pasar...? —le invité haciéndome a un lado de la puerta, dejándole el espacio suficiente para que entrara.

—No, tengo que irme a trabajar. Nos vemos, bonita. —negó con la cabeza, para, segundos después, darse la vuelta y comenzar a caminar hacia el final de la calle.

Tímida ·Daniel Oviedo·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora