Capítulo 12.-

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Asintió sin articular palabra y desapareció rápidamente entre el gentío que llenaba el recibidor de la vivienda. Tardé a penas un par de segundos en caminar tras el, intentando no perderme en aquél gran laberinto de cuerpos sudorosos, mobiliario y paredes, pero me fue imposible, después de un minuto de búsqueda sin resultados me rendí, dejándome caer sobre el sofá que, supuse, que estaba en el salón.

Busqué con la mirada el rostro de alguien conocido, me daba igual si era Tyler el único que conseguía reconocer, lo mínimo que deseaba era  poder estar con alguien que conociera y que no estuviera borracho.

—Aquí estas, pensé que habías huido de mí. —comentó Daniel, sentándose junto a mi con dos vasos rojos llenos de líquido, uno en casa mano.

—Si hubiera huido no me habrías encontrado. —bromee aguantando la risa y tratando de saber que había puesto en los vasos.

Se rió a carcajadas y, he de admitir que su risa, con ese tonto ronco que adoptaba, era realmente sexy y seductora.

—¿Qué prefieres? ¿Ron-Cola o Vodka con limonada? —preguntó segundos después de haber dejado de reír.

—¿Que sabe mejor...? —murmuré bastante avergonzada, me sentía rara por no saber nada sobre el alcohol.

No sabía por qué, pero tenía la extraña necesidad de quedar bien ante de aquél hombre tan excitante que estaba delante de mi.

Soltó una breve carcajada y me pasó uno de los vasos, concretamente el que sostenía con su mano derecha. Le sonreí y cogí el vaso, consiguiendo que nuestros dedos se tocaran y se acarician. Aparté la mano, pero sentí la enorme necesidad de querer más de él, que siguiera acariciando mi piel, o, quizás, algo más.

«Estás loca. Rebbeca, no pienses en eso. Mierda. Tarde. —me dije a mi misma, pero ya era tarde, ya había pensado en Daniel sin camiseta, acariciando mis brazos, mi cintura...»

Le dí un largo trago al vaso que tenía en mi mano, tratando de calmar así el reseco que se había formado en mi garganta hacía escasos segundos, tras apartar el recipiente de mis labios, pude ver como los ojos de Daniel estaban clavados en ellos -en mis labios-, pintados con una barra de labios mate de un color muy parecido al color original de mis labios.

  —Una pregunta. —comentó entonces, sin apartar su mirada de mí en ningún momento.

—¿Sí...?  —dije algo nerviosa, no sabía que me iba a decir, pero mi cerebro ya había hecho un repertorio de más de mil y pico preguntas posibles para una situación como aquella.

—¿Puedo quitarte el resto del pintalabios? —preguntó por fin, tras unos interminables segundos de silencio parcial, ya que la música no dejaba ni unos escasos instantes de silencio absoluto, si a eso le sumas la gente cantando y  hablando a voz en grito, conseguías no poder tener una conversación como alguien civilizado, te veías obligado a gritar todo lo que querías decir, y no había momentos en silencio para poder pensar en algo con tranquilidad.

Aquello me dejó de piedra, podía no referirse a la primera imagen que se me había venido a la cabeza, en la que él me besaba apasionadamente en aquél mismo lugar, podía estar hablando de que el maquillaje se me había quedado fatal y en esos momentos parecía un payaso, por lo que era preferible quitar, al menos, el pintalabios. Definitivamente, prefería la primera opción.

  —¿Cómo...? —balbuceé lo bastante alto como para que pudiera oírme sobre todo el ruido que nos rodeaba.

—Que si puedo quitarte el resto del pintalabios. —repitió con un tono de voz ronco, tremendamente sexy.

Mi falta de respuesta pareció hacerle pensar que había accedido a lo que Dios Sabe Que estaba pensando.

Tímida ·Daniel Oviedo·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora