Capítulo 28.-

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Acabamos tumbados, uno junto al otro, soltando jadeos irregulares a causa del cansancio.

Debía admitir que no lo hacía nada mal, me acariciaba dulcemente y besaba mis labios con pasión a la vez que me embestía con una fuerza indescriptible.

—Desde que te vi tenía unas ganas enormes de hacer esto. —murmuró en mi oído, tras girarse hacia mí y acariciar mi mejilla con ternura.

Me reí levemente, girándome también hacia su cuerpo, de manera que ambos quedamos mirándonos a la cara, frente a frente. Sus ojos tenían las pupilas dilatadas, acompañadas de un precioso destello que anulaba todo lo que pudiera haber de malicia en su mirada.

  —Eres preciosa. —susurró de repente, para luego besarme con dulzura y pasión fundiéndonos a ambos en una sensación de bien estar que parecía inacabable. 

Le sonreí dulcemente, una vez ambos hubimos separado nuestros labios, sinceramente, que me besara de esa forma conseguía que comparara sus besos con los de Daniel. Había grandes diferencias que aquel hombre que tenía frente a mi nunca podría alcanzar.

Estaba claro, necesitaba olvidarme de Daniel como fuera posible, aunque me sentía mal por Ian, necesitaba seguirle el juego al que estaba jugando para, poco a poco, poder ir rehaciendo mi vida, olvidando el pasado.

✖✖✖

Pasaron dos meses, llevaba sin saber nada de Daniel siete semanas completas, pero tampoco quería conocer su paradero ni nada por el estilo, estaba bien como estaba, había podido centrarme en mis estudios como es debido, además, Ian era un novio increíblemente tierno y comprensivo, justo lo que necesitaba. Por si fuera poco, mis padres lo adoraban, me felicitaban cada día por haber aceptado tener algo serio con él, también cabía destacar que en la cama tenía dos facetas, dos caras que salían cuando más las necesitaba, una de ellas era dulce y cuidadosa, la otra, un animal muy bruto.

Ian me había hecho el favor de darme un trabajo en su hospital psicológico, yo era la encargada de atender las llamadas antes de que él las cogiera, era algo así como su secretaria, pero sin todo el papeleo.

Aquella mañana me desperté temprano, era lunes y debía ducharme, vestirme y desayunar antes de entrar a clase, para lo que sólo tenía un par de horas escasas.

La noche anterior no había estado con Ian, por lo que no tenía que preocuparme de despertarlo para que fuera a trabajar, lo cual era un peso menos, ya que cuando duerme es imposible que alguien lo despierte. Una vez, incluso, le tuve que tirar de la cama para que de una vez saliera de sus sueños.

Aunque estaba realmente agotada, tenía unas ganas inmensas de ir a la Universidad, debía entregar un trabajo lo antes posible para no tener que exponerlo oralmente el último día del semestre. Ian había intentado que mi timidez a la hora de hablar en público y con personas que no conozco se desvaneciera y, aunque el atender todas sus llamadas me había ayudado, era muy distinto hablar con alguien a través de un auricular que conversar cara a cara. Ninguno de sus esfuerzos sirvió para mucho, ya que seguía tartamudeando y balbuceando cuando me presentaba a alguno de sus amigos o compañeros de trabajo.

Fui directamente al baño, necesitaba una ducha urgentemente para despejarme y despertarme por completo. Me desvestí y abrí la ducha, para luego regular el agua hasta que estuviera lo suficientemente templada como para no quemarme viva o helare como si estuviera en el Ártico, una vez conseguido entré en la ducha, dejando que el agua cayera por mi cuerpo a su antojo, despertándome por completo y, ya de paso, limpiando todo mi cuerpo.

Tímida ·Daniel Oviedo·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora