Capítulo 16.-

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Nada más abrir la alcachofa de ducha un torrente de agua fría nos cayó encima, haciendo que Daniel apartara rápidamente sus manos de mi, para llevarlas hacia delante, intentando poner el agua caliente, pero sólo consiguió pegarse más a mi, echándome a mí hacia delante, haciendo que volviera a gemir, está vez algo más alto, al sentir aún más fuerte su miembro.

Segundos después consiguió que el agua helada cambiara los papeles con el agua caliente, pero, no fue mucho mejor, ya que, en vez de agua, aquello parecía aceite hirviendo cayendo por nuestros cuerpos.

—Esto no ha sido buena idea. —farfullé, poniendo el grifo del agua en un punto medio, logrando así el poder estar con algo de tranquilidad en aquél minúsculo cubículo.

La ducha no era extremadamente pequeña, pero estando dos personas era casi imposible moverse con libertad en ese espacio tan reducido.

Daniel pasó sus manos por mi cintura, para luego comenzar a subirlas y a bajarlas a lo largo de toda mi figura, no se movió de ambos lados, pero una sensación de calidez me recorrió el cuerpo al completo. No pude evitar morder mi labio inferior, a la vez que cerraba mis ojos, disfrutando de aquél momento, me sentía distinta, un sentimiento de bien estar tanto extraño como reconfortante permanecía en mí, al parecer, estaba allí para quedarse.

—¿Nos vamos a dormir? —preguntó entonces, consiguiendo que saliera de mis pensamientos, siendo de repente consciente de dónde y con quién me encontraba en aquél momento.

—Vale. —asentí con una sonrisa dulce y amable, para, seguidamente, cerrar el grifo del agua

Me besó de una forma feroz, mientras tiraba de mi hacia el exterior de la ducha, nos separamos lentamente, queriendo volver a besarnos, pero, en su lugar, ambos cogimos una toalla cada uno y secamos nuestros cuerpos con ella. No podía dejar de mirar a Daniel, tenía un aura magnética que me hacía no querer perderlo de vista en ningún momento. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral cuando, de repente, se acercó a mi y agarró uno de mis pechos, así, sin más, sin ninguna explicación, simplemente lo acarició con sus firmes dedos y una sonrisa pícara en el rostro.

Entramos de nuevo en su habitación, donde él abrió las sábanas, para poder meterse en la cama más fácilmente. Yo le imité, pero con el lado opuesto de la cama, me acurruqué en su pecho, ya con los ojos cerrados y la respiración más lenta y calmada, entonces, me vino a la cabeza una frase que mi madre me repetía continuamente, sin importar el día:

«No duermas con el pelo mojado o te vas a resfriar. —pero me sorprendí a mi misma, al ver lo poco que me importaba aquella frase en esos instantes, lo poco que tenía en cuenta lo que pensara mi madre, en ese momento sólo existíamos Daniel y yo.»

Ni si quiera me di cuenta cuando me quedé dormida, simplemente, me dormí profundamente, acurrucada en su pecho caliente, que subía y bajaba lentamente al ritmo de su calmada respiración.

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Sentí como algo que estaba junto a mí se movía, mientras una mano acariciaba mi cintura lenta y suavemente, no pude evitar sonreír, aún con los ojos cerrados, pensando que Daniel estaría ya despierto, pero, al abrir los ojos, vi como este seguía durmiendo tranquilamente, con una expresión de relax en su rostro que me hacía sonreír.

Decidí no despertarlo, así que me levanté con cuidado, apartando su brazo de mi cintura sin a penas tocarlo y miré mi reloj: 10:00 de la mañana. Era hora de que volviera a casa, tenía que hablar con Alice urgentemente de todo lo que había pasado aquella noche.

Tímida ·Daniel Oviedo·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora