dieciocho

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Una vez en tu casa, me adentraste a el salón a empujones. Te quitaste la chaqueta de cuero y te pasaste la mano por el pelo. Yo mordía mi labio para no sollozar con fuerza, pero tu grito no ayudó mucho. 

La cabeza estaba echa un lío, y ni siquiera podía preguntarte que era lo que te molestaba. 

-Lo hago por tu bien, ¿no lo entiendes? -dijiste- no puedes irte sin avisar. ¿Que hago yo si te pasa algo? Me moriría, nena

Entonces me sentí culpable. Lo que decías tenía sentido, ¿no? Estabas preocupado, y por eso te habías molestado. 

No lo volvería hacer, y así no volverías a pegarme

Pero cualquier cosa que hiciera era una razón para hacerlo...

AidenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora