treinta y cuatro

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Al siguiente día me volví a levantar. No sé cómo, porque no habían fuerzas por ningún lado, pero ahí estaba, parada en frente del instituto otro día más.

Resultó no ser un día de lo más malo, aunque si me preocupé al no verte.

El día pasó algo rápido, y cuando llegué a casa solo pensé en tumbarme y descansar. Tenía pensado dormir un rato, pero resultaron darme las doce de la noche.

Llamadas tuyas aparecieron en mi teléfono. Se me paró el corazón. Me levanté y te llamé, pero no lo cogías.

Tal como estaba, salí de casa intentando no despertar a mí madre. Corrí hacia la tuya, pensando que algo malo había pasado. Toqué el timbre repetidas veces, ya que por la hora que era se suponía que tu madre trabajaba y tu deberías de estar en casa. Deberías, pero no eshabas.

Tus ventanas eran bajas, así que como hiciste tú varias veces, entré en tu casa de una manera poco formal. Todo estaba oscuro, y estaba bastante desordenada. Habían cosas tiradas por el suelo, y te conocía lo suficiente para saber qué habías sufrido un ataque de nervios.

Te llamé, pero nada. Tenía pensado esperarte hasta que aparecieras, así que como modo de distracción y de ayudarte comencé a recoger el estropicio que habías echo.

AidenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora