veinticuatro

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El corazón comenzó acelerarse cuando miraba tu mano apretar cada vez más mi muñeca.

Escuchaba como tú respiración era entrecortada, y caminabas demasiado rápido, con lo que iba detrás de ti lo más deprisa que podía, para que no me hicieses mas daño en la muñeca.

-Eres una zorra...

Eso fue como un golpe en el estómago, pero no pude decir nada. Tan solo noté un nudo en la garganta que era cada segundo más insoportable.

Una vez delante de tu coche, abriste el asiento de acompañante y soltaste mi muñeca para llevar tu mano a mi cabello, haciendome daño de nuevo. Me agachaste y me adentraste ejerciendo presión en mi cabeza.

Quería salir corriendo, pero no podía. Me quedé en el asiento con las lágrimas a punto de salir. Dejé mi mochila debajo de mis piernas y me puse el cinturón lentamente.

Segundos después te sentaste y arrancaste el coche. La tensión era tanta que me daba miedo respirar.

-No puedo ni dejarte en clase, porque ya intentas follarte a otros -gruñiste dando un golpe al volante- ¡Eres una zorra, joder!

Me encogí en mi sitio y solté un sollozo. El pelo tapaba parte de mi cara, y de una forma lo agradecía. Me pegué a la ventana y miré mis piernas junto a mi mochila. No era capaz de levantar la vista.

-¿Ahora lloras? ¿Te crees que me das pena? -dijiste riendo.

Me hacías daño, joder. Tus palabras me hacían daño.

Estábamos frente a tu casa, y eso solo hizo ponerme más nerviosa. Tu madre trabajaba a estas horas.

Te bajaste del coche y cerraste de un portazo. Me encogí de nuevo y comencé a llorar otra vez. No quería entrar contigo. Sujeté la puerta para que no la abrieras cuando te vi pasar por delante del coche a toda prisa, caminando hacia mi. Intentaste abrirla de un tirón, y como te costó diste un golpe a la ventana gritándome que abriera.

Diste un tirón y la abriste, solté un grito ahogado. Cuando tus manos me agarraron y me sacaron del coche comencé a llorar mientras negaba con la cabeza.

-Aiden, por favor -murmuré.

Tus manos me arrastraban adentro, a pesar de que negaba e intentaba zafarme de ti.

-No, no, no -lloriqueaba- para, ¡Para!

Entramos y me empujaste. Cerraste con llave y me agarraste nuevamente del brazo. Comenzaste a llevarme escaleras arriba, a tu habitación. No.

-Aiden, vamos a hablar, por favor.

Caí en una escalera, y cuando me viste apretaste tus dientes.

-Estábas hablando con otro tío. ¡Te sentaste con él!

Asentí.

-Lo sé, lo sé. Lo siento, de verdad.

En realidad no lo sentía, pero no podía decirte aquello. ¿Qué me harías si no pedía disculpas? Me dolía pensar que tú a mí no me querías, pero era la verdad.

Suspiraste y te sentaste en la escalera junto a mi.

Ojalá me quisieras y no fueras así, Aiden.

AidenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora