Prólogo

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NICK:

No quiero decir que Peige Ross sea una desequilibrada demente a la que temer, pero... Uno no acaba escondido en el armario del conserje (con el conserje dentro) por cualquier cosa. De hecho, uno no debería acabar en el armario del conserje por ninguna razón nunca. Pero ahí me tienen, como un niñito asustado, temblando y con escoba en mano. Sentía que en cualquier momento esa puerta se abriría y un huracán con el nombre de Peige se desataría sobre mí. Y qué pasaría entonces era algo que prefería no tener que averiguar.

ㅡMira, chico ㅡhabló el conserje ㅡ, está bien que uses mi cueva como cuarto del pánico, pero vamos a establecer unas cuantas reglas: no te compartiré mi comida.

Me lo quedé mirando por microsegundos. Era la primera vez que me hablaba, y entendía que aclarar ese punto fuera su prioridad; me habían dicho lo mismo antes.

ㅡNo quiero su comida ㅡdije.

ㅡNo tenemos que sonreírnos en los pasillos ni saludarnos o nada por el estilo.

ㅡEntendido.

ㅡNo quiero chicas aquí. Ni chicos, o lo que sea. 

ㅡNo tiene que preocuparse por eso.

ㅡ¡No pongas esa cara! Haces que me deprima.

ㅡ¿Qué? No... No es que esté solo ㅡaunque sí lo estaba ㅡ. Yo no soy esa clase de chico.

ㅡTampoco quiero drogas, bebidas o nada por el estilo ㅡ continuó tras encogerse de hombros ㅡ. Pero si traes, déjame un poco.

ㅡY-yo no hago esas cosas ㅡtartamudeé.

ㅡOdiaba a los chicos como tú en la preparatoria ㅡdijo entrecerrando los ojos.

ㅡ... Gracias.

ㅡNo quiero que después me lluevan adolescentes en crisis porque tú les dijiste dónde esconderse ㅡseñaló.

ㅡAjá.

ㅡY por último: no somos amigos, así que no me interesa tu vida ni tus problemas. Lo mismo para ti.

ㅡ...¿Puedo al menos saber su nombre?

ㅡNo.

ㅡ¿Por qué me deja quedarme?

ㅡPorque yo también le temo a esa chica.

Ladeé la cabeza con un gesto de apreciación y llevé mi mano a la frente. El problema aquí era que temor no era lo único que sentía hacia ella. Pero para que puedan entender cómo llegué a establecer esa relación silenciosa y apática con el conserje, deben entender el principio. Y créanme, no soy yo quien debe contarlo.

¡Ella me acosa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora