Capítulo 2.

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Capítulo 2.

Era complicado.


No complicado como un puzzle de esos de quinientas piezas que, por aburrimiento, acabas enterrando en el fondo de un cajón al azar y dejando que acumule polvo y más polvo, sino complicado como el enredo de cables en las luces de Navidad. La diferencia estaba clara. En el primer caso lo olvidas, solo te acuerdas del puzzle cuando, sin querer, estás buscando otra cosa y te cruzas con él y, aún así, lo dejas de lado. En cambio, con las luces no. Por mucho que estés hasta las narices de desenredar y desenredar cables o quitar nudos, el propósito de ver el árbol más colorido por ellas y, erróneamente creído por la gente, más navideño, evitaba que te aburrieras y olvidaras de las luces y que, cada año, aún sabiendo la que te esperaba, volvieras a desenredar cables. Gian era como las luces y Abby bien lo había podido comprobar en las escasas cuatro veces que, durante toda la semana que llevaba allí, habían coincidido.


Hacía ya siete días desde que Abby le había enseñado a Gian la habitación donde dormiría. Se trataba de una habitación pequeña, de paredes azuladas y con escaso mobiliario, solamente el necesario para hacer la estancia de una persona, agradable. Una cama, un armario, un escritorio con su silla y una mesa de noche. Aunque no había sido del agrado del muchacho, la puerta se mantuvo cerrada hasta dos días después, cuando al regresar del trabajo, cargada con un par de bolsas del supermercado más cerano, Abby escuchó el sonido de la cafetera. Aquella fue la primera vez que coincidieron. Con las llaves aún entre sus dientes, Abby se había acercado a la cocina, había dejado las bolsas sobre la encimera blanca y se había girado, con una sonrisa forzada, hacia el chico, quien le daba la espalda mientras esperaba que la cafetera acabara de preparar su café que, por el olor tan intenso que expulsaba, parecía que era de la variedad robusta.


— Hola.— había saludado ella, en un intento de conocer, de alguna manera, mejor a su inquilino, del que no conocía más que su nombre y que dominaba a la perfección el italiano.— ¿Qué tal has estado durmiendo en la cama? ¿Has estado cómodo?


Había estado unos segundos quieta, esperando una respuesta por parte del chico que parecía no iba a llegar nunca, cuando el sonido de la cafetera hizo acto de presencia, rompiendo el silencio y sobresaltándola. Había observado, en la misma posición, como Gian agarraba una taza del escurreplatos, la acababa de secar con rapidez con la ayuda de un trapo y, a continuación, se servía el líquido en ella. Se había sorprendido al verlo dirigirse con tanta seguridad hacia uno de los armarios más cercanos a la nevera y había contemplado, todavía asombrada, como añadía dos cucharadas de azúcar a la taza y como removía el café con tranquilidad, en el sentido de las agujas del reloj. Al parecer no era la primera vez que visitaba la cocina, había pensado ella sin poder evitarlo para, seguidamente, preguntarse cuándo lo había hecho.


— ¿Quieres algo para cenar?— había preguntado la castaña una vez él había acabado de remover el café.— No te he visto comiendo nada estos días y...


El leve empujón que recibió por parte de Gian la interrumpió. Había vuelto a observar, aún más sorprendida que antes, como el muchacho agarraba las bolsas que había sobre la encimera, rebuscaba en su interior y sacaba una bolsa de patatas junto con una botella de agua y, a continuación, abandonaba la cocina y se encerraba de nuevo en la que era su habitación provisional. Abby había murmurado un par de maldiciones por lo bajo con el ceño fruncido y, finalmente, se había puesto a guardar la compra.


La segunda vez que se encontraron fue en el lavabo, dos días después de su corto encuentro en la cocina. Eran las 4:24 am cuando a Abby le entraron ganas de ir al lavabo. Aún somnolienta y con los ojos medio cerrados, había conseguido calzarse las zapatillas y había abandonado la comodidad de su cama para salir de su habitación y acercarse al lavabo. Debido al sueño acumulado no había conseguido distinguir el pequeño halo de luz que se colaba por debajo de la puerta del baño, ni tampoco escuchar el sonido de la ducha encendida, ni tampoco ver el vaho que salía por el resquicio de la puerta, y había abierto la puerta, encontrándose con un Gian, de hábitos nocturnos, duchándose.

IsolatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora