Capítulo 11.

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Capítulo 11.

— No sé cómo empezar.— soltó después de minutos de completo silencio donde los fuegos artificiales se encargaron, sin saberlo, de cortar la creciente tensión que empezaba a formarse entre ambos.


Abby, que había apartado la mirada del muchacho hacía unos segundos atrás, cuando había comprobado que ésta molestaba de alguna manera al chico, dirigió sus ojos, en un escaneo rápido, al rostro del mismo antes de volver a mirar el arbusto repleto de amarillentas flores que había estado contemplando. Tenía la cabeza agachada, con la mirada enfocada en sus manos entrelazadas. Sus ojos seguían el recorrido que hacían sus dedos al acariciar las líneas de las palmas de sus manos. El cabello rubio, herencia de su madre, le caía sobre la frente en capas perfectas ocultando, parcialmente, sus cejas. Agarró su mentón con una de sus manos y lo alzó.


— Por el principio.— demandó, soltándole al ver como el chico rehusaba a mirar sus ojos. Escuchó el absurdo intento del muchacho por suspirar de una manera insonora y enfocó su mirada en el arbusto más cercano a ambos. Éste estaba repleto de flores rosadas que combinaban a la perfección con el verde de su alrededor.


— Yo...— hizo una breve pausa, serenándose y ordenando las ideas en su cabeza.— La noche de Navidad salí con mis primos de fiesta.— comenzó a relatar. La castaña dejó de acariciar las manos del chico al imaginarse por donde iban los tiros.— Estaba muy borracho, borrachísimo. Se me fue la mano con el alcohol.— se apresuró a defenderse, todavía sin decirle de qué.— Y yo, bueno...acabé besándome con una chica. No fuí consciente de lo que hacía hasta que fue demasiado tarde. Lo siento mucho, Abby. Te juro que no era yo, fue culpa del alcohol que me nubló la razón. Tú sabes que yo no sería capaz de hacer algo que te hiciera daño, ¿verdad?


La mirada del muchacho se posó sobre ella con una fuerza demoledora, una vez acabada la explicación. Estaba esperando una reacción de su parte, por mínima que fuese. Una mueca, un gesto, un grito, un llanto, un desprecio...algo. Pero era incapaz. Le había molestado, por supuesto, llevaba con Dylan casi tres años como para que no le hubiese dolido. Pero no sabía qué decir. No podía, más bien, decir nada. En su cabeza volvió a posarse el recuerdo de su beso con Gian, como un recordatorio que todo lo que dijese a continuación sería aplicable a su caso. No podía decir nada porque, encima, ella la había cagado primero. Dirigió sus manos a su regazo y comenzó a jugar con ellas, armándose de valor para hablar.


— Yo también besé hace unos días a otro chico.— confesó, a bocajarro y en un tono de voz apenas audible, pero que Dylan consiguió escuchar perfectamente.— No sé todavía cómo llegó a pasar, solo...sucedió.


— ¿A quién?


— Preferiría no...


— A Gian, ¿no?— preguntó el muchacho, con un timbre de voz que rozaba el enfado, interrumpiéndola.— Lo sabía.— escupió cuando la muchacha desvió la mirada hacia un lugar alejado de la figura del rubio.— De verdad que lo sabía. Me lo prometiste, Abby. Me prometiste que no pasaría nada entre vosotros. Dijiste que no hablabas con él y otras mierdas más y ahora...¿ahora me dices que te has besado con él?— murmuró, incrédulo y enfadado, levantándose de las escaleras y plantándose delante de la muchacha, unos centímetros alejado.


— Yo no he dicho que fuera él.


IsolatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora