Capítulo 16.

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Capítulo 16.

Entrecerró los ojos durante unos minutos, incapaz de creer lo que éstos se empeñaban en mostrarle. Apoyado contra una pared y, como si un foco de luz lo enfocase exclusivamente a él, se alzaba una imponente figura masculina que su cerebro se obcecaba, a cada vistazo que daba, en relacionar con Gian. Era un hombre alto, de casi metro noventa y de cuerpo fuerte y grande. Iba vestido con unos pantalones oscuros que se camuflaban con la pared donde estaba descansando y una camiseta de casi el mismo tono que se ceñía a sus grandes brazos cruzados sobre su pecho. Llevaba unas extrañas gafas de sol que ocultaban sus iris e imposibilitaban a la castaña salir de dudas respecto a su identidad. No tenía ninguna bebida en alguna de sus manos, sencillamente estaba allí parado, mirando a su alrededor, analizando. Abby lo observó unos segundos más antes de darle un largo trago a su bebida, ignorando en esta ocasión la pajita para, a continuación, comenzar a caminar hacia él. Bajó las escaleras de aquella especie de tarima donde se encontraba y, abriéndose paso entre la multitud, se acercó al chico. Se ocultó tras una columna que había cercana a donde estaba y lo contempló durante unos instantes más hasta que, finalmente y después de acabarse su mojito de un sorbo, intentando, en vano, enfundarse en un traje de valor que en esos momentos no encontraba, se decidió a increparlo.


— ¡Hola!— saludó a voz en grito cuando estuvo a su lado.— ¿¡Qué tal!?— preguntó, intentando que la vergüenza no se apoderara de ella. Agarró más fuerte el vaso vacío en su mano y continuó mirando las facciones del muchacho, como tiempo atrás había estado haciendo, buscando algún indicio conocido entre los marcados rasgos de éste.— ¿¡Vienes mucho por aquí!?— ni una sola mueca o expresión en su cara que le hiciesen saber a la castaña que la estaba escuchando.— ¿¡No es un poco raro que estés con gafas de sol dentro de una discoteca!?


— ¡Piérdete!— le respondió una voz que reconoció al instante.


— ¡Lo sabía!— exclamó, alzando un brazo como si le estuvieran entregando un premio por una victoria.— ¡Sabía que eras tú, Gian! ¿¡Qué coño haces aquí!?— le preguntó, enfadada, a la vez que se cruzaba de brazos y fruncía el ceño.


— ¡Mira niña!— comenzó él, apartándose de la pared y encarándola. Dirigió una de sus manos, recién liberadas, a su rostro y se quitó las gafas, enfocando sus iris en los de la castaña, en un intento de intimidarla.— ¡A mi tampoco me hace ni puta gracia estar aquí haciendo de niñero, así que piérdete de una maldita vez, como si no nos hubiéramos visto!


— ¿¡Niña!? ¿¡Niñero!?— masculló Abby, manteniéndole la mirada, sin dejarse amedrentar.— ¡Creo que te estás equivocando y mucho, colega!— espetó la muchacha, sintiendo los efectos del alcohol incrementarse en su organismo. La lengua se le había comenzado a enredar, débilmente, a medida que hablaba.— ¡Aquí no estás haciendo de mi niñero, sino del criado de mi hermano! ¡Allí donde te manda, vas! ¡Aunque eso, supuestamente, ponga en peligro tu vida! ¿¡O ya no te tienes que esconder!? ¿¡Ya no hay más Vladimir o Lukas!?


Esperó, durante unos instantes que le resultaron tediosos, alguna replica por parte del chico hasta que, finalmente, éste soltó un gruñido rabioso, la empujó a un lado sin ningún tipo de cuidado y se encerró en el lavabo de hombres que había allí al lado. Estaba furioso. No solo con la castaña, quien conseguía crisparle los nervios con apenas un par de palabras, sino con él mismo por haber permitido que la chica tuviera ese poder sobre sus emociones. Otra de las cosas que le molestaba en demasía era el hecho que la muchacha tuviera razón. Efectivamente estaba allí porque Blake se lo había pedido como un favor, importándole bien poco ponerle en peligro o no. Al parecer el hermano de la castaña había conseguido una cita con una desconocida a través de un portal de internet y habían quedado esa noche, por eso no podía ir él. Abrió uno de los grifos que había allí, ignorando la fuerte luz que decoraba el techo y que le provocaba un leve escozor en los ojos, y se mojó las manos antes de pasárselas por la cara y cuello, en un intento de refrescarse. Cerró la manilla y se apoyó en la encimera. Observó el reflejo que le regalaba el empañado espejo que tenía frente a sus ojos y soltó un suspiro cansado. Las ojeras habían acabado ganando terreno bajo sus ojos, así como el cansancio había hecho mella en su mirada. De la noche a la mañana parecía que había ganado doce años más.

IsolatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora