Isolato

Capítulo 8.

Capítulo 8.

— ¿Cómo que no quieres venir a cenar por Nochebuena, Dylan?

— No quiero que en mi cena de Nochebuena esté un tío que no conozco y que encima no me da buena espina.— espetó desde el otro lado de la línea el muchacho con un tono de niño caprichoso al que le habían quitado su juguete favorito. Parecía enfadado, como si todo lo hablado en el coche días atrás se le hubiese olvidado por completo.— Quiero que vengas tú a casa de mis padres.

— No tiene con quien pasar su cena de Nochebuena.— le informó Abby, sin saber si lo que decía era cierto, ya que había sentido el impulso de defenderlo y había dejado escapar las palabras antes de procesarlas.— No pienso ir en Navidad a casa de tus padres. Tu madre me odia, Dy. Y lo sabes.— le recordó.— Sabes lo difícil que me es ir en Año Nuevo como para que también me vayas a hacer ir en Nochebuena por un capricho tuyo. Lo siento pero no. Si quieres venir a casa las puertas estarán abiertas sino quieres venir igualmente lo seguirán estando.— murmuró ella para, a continuación, colgar el teléfono y soltar un suspiro cansado. Cuando quería y se esforzaba un poco Dylan podía convertirse en un jodido grano en el culo.

Era 23 de diciembre. Quedaba un día para Nochebuena y Dylan acababa de llamarla para excusar su ausencia con una excusa vacía e insignificante. Quedaban dos días para Navidad y, aunque iba muy tarde, había decidido ir hoy a por los regalos y los ingredientes para la cena especial. Hacía un día atrás que se había recuperado completamente de su resfriado. Gian había estado haciendo de su doctor particular y había conseguido acabar con su fiebre, del mismo modo que había acabado aprendiendo a hacer sopa para futuras ocasiones. Le había obligado a tomarse las pastillas cuando le tocaba y le había hecho compañía silenciosa durante los días que había durado. Miró el reloj del salón y se levantó del sofá. Agarró su bolso junto con las llaves y, después de gritar un ''me voy'' a Gian, salió del apartamento hacia el centro comercial más cercano.

Había intentado quedar con Annie, una compañera que hacía su mismo turno de tarde mes sí, mes no, pero no había conseguido contactar con ella por mucho que lo había intentado. Saludó con la cabeza a una vecina que entraba por la puerta principal al mismo tiempo que ella salía y anduvo unos cuantos minutos hasta que la silueta de un edificio grande e iluminado con luces navideñas, comenzó a distinguirse ante sus pupilas ámbar. Apresuró el paso para poder cruzar el semáforo que en esos momentos parpadeaba dispuesto a cederle el paso a los vehículos y siguió su camino hacia el centro comercial abarrotado de gente. Se fue abriendo paso como bien podía entre la muchedumbre de familias, parejas y personas solas que caminaban a contracorriente suya, buscando, entre todas las cabezas, alguna tienda que le llamase la atención. Se acercó a una de las tres joyerías que había en el recinto, la más barata de todas, y entró.

— Buenos días, señorita.— saludó una dependienta fuertemente perfumada que se había colocado tras su espalda nada más entrar.— ¿Puedo ayudarla en algo?

— Buenos tardes. Sí, estoy buscando una pulsera sencilla, de plata. No muy cara.— se apresuró a añadir cuando observó que la mujer se acercaba a una de las vitrinas y empezaba a sacar cajas y más cajas.

— Tenemos este modelo. Sencillo, bonito y, sobretodo, barato.— le mostró la mujer. Era una pulsera fina, con dos tiras de plata entrelazándose entre ellas y formando una especie de ochos que se unían, finalmente, a un pequeño cuadrado.— Luego hay este otro modelo. Mucho más sencillo.— en este caso la pulsera era una simple tira de plata con un dije en forma de media luna en el medio.— O...