Capítulo 10.

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Capítulo 10.

No hablaron de lo sucedido. Ni si quiera intentaron hacerlo. Ni el que se jactaba de valiente, internamente, ni la que siempre tenía que decir la última palabra. En aquella ocasión ambos decidieron hacer un pacto de silencio.


Al día siguiente, para la hora de comer, aparecieron los padres de Abby con los regalos de la muchacha. Era Navidad, el único día que se reunían los tres para tener una agradable velada sin reproches. Aprovechando la ocasión que se le presentó ante sus ojos, Gian se encerró en la habitación todo el día. Hizo un par de ejercicios mientras escuchaba de fondo a tres voces intercambiando palabras y alabanzas sobre la comida y, siete series más tarde y con el sudor cayendo por su frente, se tumbó sobre la cama a leer el libro que le había obsequiado la castaña.


Ya lo había empezado a leer la medianoche anterior cuando dormir se convirtió en un trabajo difícil de llevar a cabo. Había estado dando vueltas y más vueltas sobre la cama, deshaciéndola, hasta que finalmente decidió que no podía conciliar el sueño y agarró el libro. Estuvo un par de horas más despierto para, finalmente, caer rendido sobre las hojas que leía. Abrió el ejemplar por la página en la que se había quedado y comenzó a leer. Le gustaba. No era un tema al que estuviese acostumbrado, pero le gustaba el libro. La gran mayoría de los mitos que había leído no los conocía y, mucho menos, las leyendas. Pasó la página que estaba leyendo cuando acabó con la última palabra de ésta y continuó. Le parecía curioso lo que la gente podía llegar a creer por culpa de la ignorancia. Desde mujeres que acaban convirtiéndose en constelaciones, como Calisto, hasta monstruos con cuerpo de hombre y cabeza de toro, como los minotauros.


Para cuando se encontraba leyendo la undécima página seguida, los padres de Abby se marcharon. Cerró el libro, después de hacer un improvisado punto de libro con un calcetín limpio, y esperó hasta que escuchó el sonido de una puerta, a escasos metros, cerrarse. Abrió la puerta y caminó hacia la cocina, donde se sirvió un plato de lo cocinado por la muchacha y que había sobrado después que ésta comiera junto a sus progenitores, y comenzó a comer en la soledad de esas cuatro paredes.


— Vaya, ¡qué susto!— exclamó una voz mientras el chico tragaba un vaso de agua. Dirigió sus ojos hacia el umbral de la puerta y observó la pequeña figura que lo taponaba.— No te esperaba por aquí.— susurró la muchacha, a continuación murmuró algo en un tono más bajo y entró, definitivamente, a la cocina. Gian se limitó a seguir comiendo a la vez que Abby preparaba una jarra de agua del grifo y salía con ella, seguramente dispuesta a regar las plantas que decoraban su piso.


Acabó de comer antes de que la muchacha regresara, por lo que, fregando el plato de una manera rápida, volvió a escabullirse hacia su habitación después de pasar por el lavabo y lavarse los dientes.


— Gian.— le interrumpió la voz de Abby en mitad de camino. Paró sus pasos y giró el cuerpo, encarando a la muchacha que se retorcía las manos contra los bajos de su jersey azul.— Voy a salir un momento.— le informó, sin alzar la mirada. El chico asintió con la cabeza y, cambiando completamente de planes, se dirigió hacia el salón con el sonido de pasos de la castaña a su espalda. La observó coger el bolso mientras la televisión se encendía, la observó recoger las llaves mientras el sonido inundaba el lugar y la observó cerrar la puerta a sus espaldas mientras cambiaba a ciegas el canal.


Los días previos a Año nuevo y posteriores a Navidad no volvieron a intercambiar palabra. No porque no quisieran, que casi que también, sino porque no pudieron verse casi nada. Abby había tenido que hacer turno doble en el restaurante como favor a un jefe saturado que no podía dar abasto con tantas bajas por enfermedad o, en algún caso, maternidad. Había trabajado de punta mañana hasta casi el atardecer, cuando Justin, otro de los que había tenido que pringar, le relevaba con la misma cara de cansancio de cada día. En medio del caos en el que se había convertido su vida, Abby encontró un hueco para escabullirse una tarde a una tienda de vestidos de fiesta para comprarse el vestuario de Año nuevo. Finalmente, y horas después de dar vueltas y más vueltas entre maniquís y perchas, se decantó por un vestido corto, de manga larga acabada en una campana poco pronunciada. La espalda quedaba al descubierto, con una cadena de plata como único adorno. Era de un bonito color azul oscuro que combinaba perfectamente con las uñas francesas que decidió hacerse una vez con la bolsa en una de sus manos. Como zapatos se había inclinado en unos sencillos zapatos de tacón negros con la punta abierta y unas tiras atadas a ambos tobillos.

IsolatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora