Capítulo 12.

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Capítulo 12.

Esperó, durante todo el día siguiente, a que Dylan la llamase, apareciese por casa o algo parecido. Había sido ella quien había sugerido tomarse un tiempo, sí, pero lo había hecho creyendo que el muchacho no se conformaría con ello y que le diría algo antes de dejarla marchar. Había salido lo mínimo de su habitación. Todavía le quedaban cuatro días de vacaciones de la Universidad y un par de días de vacaciones por parte de la cafetería y no quería encontrarse con su compañero de piso más de lo necesario. Estaba enfadada con Gian. De alguna manera su cabeza se las había ingeniado para culpar al muchacho de todos sus problemas y en ella había nacido un sentimiento de hastío. Sabía que no era así. Que el muchacho no tenía toda la culpa y que ella también tenía parte de ésta, pero se negaba a aceptarlo, por muy inmaduro que pareciese.


Había tenido el teléfono móvil todo el día en la mano. Había colgado, irritada, a un señor de extraña voz, que se había confundido de número de móvil y había tenido que aguantar el contestador del teléfono de Dylan un par de veces cuando, haciendo a un lado su orgullo, lo había llamado. Soltó un resoplido cuando las manecillas de reloj sumaron una hora más y se removió sobre la cama. Se levantó del colchón, se recolocó el pijama que se había levantado y salió de la habitación. Caminó hacia el lavabo, se encerró en éste y se duchó. No tenía ganas de salir de casa pero, por lo menos, quería estar presentable.


— Deberías alegrar la cara.— le susurró la voz adormilada de su hermano cuando apareció por el salón y se encontró con el chico desperezándose sobre el sofá en el que había pasado la noche.


— Estoy contenta.— murmuró sarcástica, entrando a la cocina. Agarró una taza de una de las estanterías y, cogiendo la leche de la nevera y el café del armario, se preparó el desayuno. Guardó todo en su lugar y rebuscó en su pequeña reserva de galletas hasta que dio con el paquete de galletas de avena que tanto le gustaba.— ¿Cómo has pasado la noche?— preguntó a su hermano cuando tomó asiento en la mesa del comedor y comenzó a desayunar.


— Mal. El sofá es incomodísimo.— explicó como si la muchacha no fuera consciente de lo que tenía.— Me duele un montón la espalda, por no mencionar el cuello. Nunca más volveré a dormir en este sitio.— aseguró, levantándose mientras se frotaba los ojos. Se removió el pelo con una de sus manos y se acercó a la muchacha. Depositó un beso sobre su cabeza y, aprovechando que la castaña estaba distraida intentando sacar una galleta atascada en el paquete, agarró la taza de su hermana y se adueñó de ella.


— ¡Eh! ¡Eso es mío!— le reprochó Abby, dejando de lado el paquete y levantándose, de la silla en la que estaba sentada, con el propósito de arrebatarle al chico lo que era suyo.— Si quieres uno ya sabes donde están las cosas. Vas y te preparas uno.— gruñó de frustración cuando Blake elevó la taza sobre su cabeza y ella fue incapaz de cogerla.— Vete a la mierda.— le espetó después de un par de intentos en los que el muchacho no hacía más que reírse de ella. Le enseñó el dedo del medio y volvió a la cocina, donde se preparó, de nuevo, otro café y se lo bebió rápidamente allí antes de fregar la taza.


— Vamos Abby...No te enfades.— le pidió Blake cuando apareció por el marco de la puerta de la cocina, con los brazos cruzados y una cara de enfado.— Era una broma.


— No tengo ganas de bromas.— dijo ella, tomando asiento en el sofá y encendiendo la televisión.

IsolatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora