Capítulo 7

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Después de la tormenta siempre llega la calma.
Eso debía de pasar, precisamente en los corazones de los dos puesto que no  podían controlar una a una las emociones que sentían al estar tan cerca uno del otro.

Maira siempre estaba junto a Feliciano pendiente de él, en los últimos días, su salud había empeorado, los médicos no le daban mucho tiempo de vida.
Por ello, Yeray decidió quedarse junto a su abuelo.

Cada minuto que permanecían juntos el deseo iba aumentando más.
Un simple roze, cualquier gesto podrían delatarle. Y a su pesar, Maira quería seguir guardando sus sentimientos sin ser descubierta, más bien los hacía por ella misma. Sabía que en el momento que Feliciano fallezca, ella debería irse de aquella casa y lo más trágico de todo. Alejarse definitivamente de Yeray.

Durante los meses que lleva trabajando, cada vez le resultaba muy complicado esquivar a Yeray a pesar de sus esfuerzos por ignorar todo aquello que le hace sentir.
Él, estaba demasiado impaciente, quería poder delitarse con sus besos para descubrir lo que tapa con su ropa.
Al parecer todo se ponía en su contra.
La recaída de su abuelo había llevado a que toda su familia acudiera a la casa para saber sobre la salud del anciano.

La noche estaba siendo demasiado larga, los médicos habían acudido para dar un último diagnóstico.
La vida de Feliciano estaba llegando a su fin.
Todos los miembros de su familia, a su manera sentían el dolor de tener que despedir a Feliciano.

En su habitación se encontraba Maira llorando por tener que despedirse de Feliciano.
Alguien tocó su puerta.
Al abrir vio la silueta de Yeray apoyado en la pared, se veía que estaba apenado.

— Yeray. — Pronunció no tardando en llorar puesto que todo lo que estaba ocurriendo también le afectaba a Maira.
Él, se quedó mirándola en silencio, había ido a su habitación para buscar su consuelo y en ese momento estaba besándose con ella.
Un beso cálido, sabor a mermelada con un toque candoroso.
Los ojos de ella brillaron como una perla en mitad del océano, casi le costaba respirar de lo nerviosa que estaba.
Acariciando con sus dos manos puestas en sus mejillas volvió a besarla.
Era la primera vez que un simple beso le resultaba tan suquelento y sincero.
Ella, inexperta dejó que fuera el quién la guiara hacia el séptimo cielo.
Anteriormente no la habían besado, y ser Yeray el primer hombre la llenaba de dicha y felicidad.

— Debo de irme, después nos vemos Maira. — Fue lo último que dijo antes de volver hablar con el médico y éste comunicarle que su abuelo había fallecido.

El ambiente no tardó en pasar de estar en silencio a escucharse el llanto de todas aquellas personas cercanas y no tanto caían en un llanto de haber perdido para siempre a Feliciano.

Durante el funeral, Maira permaneció encerrada en su habitación mirando las últimas fotos que se hicieron ella y Feliciano.
Sabía que aquella despedida llegaría tarde o temprano.
Jamás llegó a pensar que fuera tan doloroso tener que despedirse de un amigo.

— Maira cariño, baja y come algo llevas todo el día encerrada.

— No tengo hambre Salomé, estoy pensando en lo bueno que se comportó conmigo Feliciano y como me duele que se haya marchado para siempre.

— Y a mí querida. A todos nos duele la muerte del señor Feliciano.

— Salomé creo que voy a comenzar a empacar mis cosas, aquí ya no hago nada.

— Oh mi niña, ¿Dónde vas a ir si no conoces a nadie?

— Me las arreglaré no te preocupes. Aunque me gustaría quedarme a trabajar en lo que sea aquí en esta casa, en verdad les he cogido mucho cariño.

DAME TÚ CARIÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora