Capítulo 25

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La brisa acariciaba ligeramente los rostros de Maira y Yeray.
El nacimiento del deseo emprendía nuevamente en ellos, sus miradas eran capaces de adivinar más de lo que sus bocas expresarían.

Algo apenada, aún sabiendo que decirle aquella verdad supondría de nuevo el alejamiento de él, Maira se arriesgó confensándole la verdad referente a su hijo, debía desatar ese nudo que la oprimía antes de tener que distanciarse de él.

— Yeray hay algo que debes de saber. — Empezó hablando sintiendo sus ojos avellana observándola con ternura.

— Dime, ¿Qué debo saber? ¿Qué hay otro hombre en tú vida,y por eso huyes de mí?

— No hay otro hombre en mi vida, el único hombre al que quiero con todo mi corazón es a mi hijo.

— ¿Tú hijo? — Asombrado se echó hacia atrás permitiendo que ella pudiera terminar de hablar.

— Sí Yeray, tuve un hijo de Darío mi profesor de pintura. Sé que debí decírtelo, pero no pongas esa cara, no tengo ningún contacto con Darío. En el momento que se negó a hacerse responsable de nuestro hijo, corté todo tipo de relación con él.

— ¿Entonces cuando te marchaste ya estabas embarazada de él? — Sus palabras salieron por sí solas, cuestionándose quien era él en realidad para juzgarla, puesto que fue él mismo con su manera de actuar quien la lanzó aquella aventura.
Volvió a clavar sus ojos en ella acariciándole sus mejillas con sus pulgares entendiendo que nada podía reprocharle salvo intentar comprenderla.

— Sí, cuando me marché ya estaba embarazada y siempre he estado sola, pero eso no me impide luchar por mi hijo para que no le falte de nada.

— Eres muy valiosa y valiente. Te admiro por todo lo que haces por ti y tú hijo.

— ¿No te molestas conmigo? — Incrédula preguntó esperando otra reacción algo más violenta y no tan calmada y afectuosa.

— No tengo porqué. Admiro tú valentía y decirte que siento no haber podido permanecer a tú lado en aquellos momentos tan felices y tristes.
Sin embargo, aquí estoy ante ti, para exigir tu perdón y me dejes reparar de alguna manera toda la aflicción que pareciste por haberte negado algo tan simple y maravilloso como es el amor.

— Yeray. — De nuevo sus bocas se buscaron en un lascivo beso.

Acto seguido, se subieron al auto camino  de la casa de Yeray.
Al entrar todos los recuerdos le golpearon de nuevo a Maira. Su cara mostraba nostalgia, al volver de nuevo  lo que fue su hogar.

Parado enfrente suya entrelazó sus manos sin apartar sus ojos de ella.
Su corazón estallaba en su pecho latidos provocados por el amor que siente hacia ella, palpó sus mejillas sonriéndole con dulzura.

— Maira, eres tan bonita, que hoy quiero compartir contigo un pedacito de mi, algo que ansiamos desesperadamente.

— No digas nada, puesto que quiero poder rozar con mis  dedos todos los astros — Ella se puso de puntillas buscando la golosina de sus labios. Atrevida, deslizó sus manos por el torso de él quitándole su camisa para seguir deslizando sus manos por su suave piel.
Las manos de ella acariciándole no tardaron en encenderle, sus respiraciones estaban agitadas, provocativa siguió tomando el control hasta que él descontrolado la llevó hasta su cama.

Esa noche él tenía claro que quería hacerle el amor, poder recorrer su piel mientras soñaba despierto.

Ella, pérdida con la sensación y atracción tan fuerte que sentía por él, moría por besar su boca deseando que parasen los segundos mientras sus cuerpos desnudos brillaban de sudor sofocándola con el fuego de la pasión.

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