Capítulo 6

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Su cara  lo decía todo.
Había leído la nota en la cual Yeray le había regalado un móvil, y al parecer Maira continuaba mirando aquel bulto como si de un bicho raro se tratara.
Feliciano no tardó en reírse a carcajadas de lo gracioso que le parecía ver cómo Maira sujetaba la caja con extrañeza.

— Maira es un móvil, no te va comer. — Reía con ganas Feliciano haciendo que a ella se le pusieran las mejillas rosadas.

— Ya lo veo...pero no puedo aceptarlo. A parte de que no entiendo cómo van estos aparatos .

— Oh, pero no está bien que no aceptes el regalo que te ha hecho mi nieto. Si no sabes cómo funciona, pregúntale.

— Lo haré, aunque me da un poco de vergüenza, parezco tonta y todo porque nunca he tenido móvil.

— No te preocupes, para todo hay una primera vez, nadie nacemos sabiendo. — Respondió Feliciano dándole un pequeño toque en su hombro, Maira dejó la caja encima de la mesa para continuar dándole el desayuno a Feliciano.

Aunque apenas salía de la habitación de Feliciano, Maira se sentía cada vez más  a gusto. Nunca antes ninguna persona le había prestado tanto atención tratándola con demasiado cariño y afecto como lo hacía Feliciano.
Todas las tardes, él le habla de su vida, de cómo tuvo que luchar para sacar adelante a sus hijos y por querer tapar su soledad de algún modo, se casó erróneamente con mujeres que tan sólo les llevaba el interés del dinero.
Sus errores sólo fue la excusa perfecta para que sus hijas se fueran distanciando de él dejándole solo con un álbum de recuerdos y un silencio de mirar por dónde mirarse en cada rincón de su grande casa, no había nadie a su lado salvo los empleados.
Una casa grande, un hombre que trabajó duro para amasar una gran fortuna y todo ¿para qué?

Para verse desamparado y solo, un anciano que ya no es útil, su rostro le avisa que los años pasan rápido y pronto su camino tocará fin.
Sin embargo, no hay día que no dé  gracias a Dios y al destino por haber ido aquella mañana a la oficina para revisar cómo lleva su yerno la contabilidad y al salir volviera a darle un infarto.
Conoció a Maira y ella hasta hoy,  es la única que se encarga de cuidarlo y hacer que sus días sean al menos agradables ofreciéndole toda su atención y cariño, a parte de Yeray.

Había pasado dos días desde que le regaló el móvil.
Se supone que debería llamarlo y no lo ha hecho.
Nada más salir del aeropuerto cargado con su maleta, Yeray fue en busca de su auto, quería llegar cuanto antes a casa de su abuelo.

Condujo rápido, estaba inquieto por si algo le hubiera pasado a su abuelo y al mismo tiempo desesperado por verla.

Nada más llegar a casa de su abuelo, también su hogar saludó a Salomé la cocinera. Ésta le preparó algo de comer preguntándole como le había ido el trabajo.
Acto seguido, tras acabar de cenar se dirigió hacia la habitación de su abuelo.
Como ya venía siendo una costumbre, allí estaba ella, vestida con su uniforme marrón, su melena recogida en una trenza sentada en un sillón dibujando con música clásica resonando en los altavoces.

— Buenas noches. — Avisó Yeray interrumpiendo la conversación entre su abuelo y Maira.

Al verlo vestido de piloto,  Maira notó como su interior vibraba, torpemente se levantó dejando que tomara asiento junto a su abuelo, disculpándose con la excusa perfecta de ir a preparar un café.

Durante un buen rato los dos estuvieron hablando de cómo le había ido su trabajo.
Feliciano escuchaba con atención a su nieto, era el único que siempre se ha preocupado por él demostrándole cuanto lo quiere.

En ese momento fueron interrumpidos por Maira que recién llegaba con una bandeja de café y pastas.
Después de servir el café, los tres se sentaron para charlar en un ambiente relajado.

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