Capítulo 22.

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Desearía poder clavar mis ojos en el horizonte, pero me es imposible hacerlo con las espaldas de Cuatro y Tris delante de mí. Veo cómo uno de los soldados clava el cañón de su arma en los lumbares de Tris y me muerdo el labio inferior. Si no fuera porque le sirvo como apoyo a Eric para caminar, posiblemente sería yo la que tendría que apuntarles con el arma.

Después de que hiriesen a Tris, Cuatro se quedó con ella en vez de huir. Un acto demasiado noble si recaes en que yo todavía sigo en el grupo de los malos.

Entramos en lo que parece ser la sede de Abnegación. Lo sé porque, a pesar de ser igual de austero que el resto de edificios, este es más grande. Los dos soldados que llevan a Tris y a Cuatro están fuera de la simulación, posiblemente porque sean líderes o, en otro caso, parte de las excepciones que nombró Eric.

-Esperad aquí. – nos ordena Max antes de entrar por una puerta junto a Tris, Cuatro y los soldados. Por unos instantes, me parece ver la  cabellera rubia de Jeanine al otro lado de la puerta.

-¿Te quieres sentar? – le pregunto a Eric, pero este ya comienza a andar hacia la pared antes de que termine de sugerirlo.

Minutos más tarde sale Max y tras él un par de eruditos que se arrodillan al lado de Eric para intentar hacer algo con ese disparo. Yo por mi parte prefiero alejarme unos cuantos metros y no observar lo que sea que hacen con él.

-¿Tenemos que ponerte a ti también vigilancia? – cuestiona Max. Tan solo me doy cuenta de que se refiere a mí porque sus ojos están fijos en mí.

-¿Por qué lo dices? – pregunto, intentando parecer tranquila. – Estoy con vosotros.

-¿Estás con nosotros y no eres capaz de cumplir una simple orden? – masculla. Cada paso que se acerca más a mí, yo me encojo. – Lo habrías hecho mucho mejor si estuvieses dentro de la simulación.

Le dedico una mirada apurada a Eric, como si él fuese a salvarme; pero tiene los ojos cerrados con fuerza al mismo tiempo que aprieta la mandíbula, en un intento por no gritar de dolor y tan solo gruñir. No quiero imaginarme lo que esos eruditos le estarán haciendo en el pie.

-No estaba preparada. – es lo único que se me ocurre decir.

-Ese no es mi problema. – gruñe, aunque su cuerpo parece seguir tranquilo, lo que me aterra más. – No me gustan los juegos, Amy. No me temblará la mano si tengo que dispararte.

Asiento lentamente. Creo ciegamente en cada una de sus palabras, incluso puedo imaginarle sacando su arma ahora mismo y apuntándome a la cabeza sin pestañear.

De reojo, veo como los eruditos ayudan a Eric a que se incorpore y me siento aliviada al ver que ha recuperado algo de su color natural en vez de la palidez anterior.

-Te vendría bien reposar. – comenta uno de los eruditos. Sin embargo, la fiera mirada de Eric hace que baje la cabeza y se aleje junto a su compañero por el pasillo.

-¿Qué pasará con los estirados? – le pregunta Eric a Max. Un par de soldados sonámbulos flanquean la puerta por la que los han metido antes, así que supongo que lo que sea que esté ocurriendo allí será importante.

-Jeanine los necesita. – responde acercándose hacia él. – Para probar su nuevo suero.

Veo una sonrisa macabra en el rostro de Eric y tiemblo al pesar en lo que sea que haga ese misterioso suero. No obstante, apenas puedo pensar en de qué se tratará porque la mirada de Eric me cautiva.

-Te has quedado. – comenta. Parece que sea la primera vez que se da cuenta de que estoy aquí, con ellos. – Realmente pensé que no lo harías.

-Te dije que estaba con vosotros. – contestó y veo que Max sonríe irónico. – La próxima vez dispararé. – añado.

La puerta de la sala se abre y por ella salen un par de soldados arrastrando a Tris, que tan solo se retuerce y grita en vano. Max la observa indiferente, Eric sonríe y yo aprieto mi arma con fuerza mientras la veo alejarse. No sé si me ha visto, pero ojalá no lo haya hecho. Eso tan solo empeoraría la situación.

Escucho el gruñido de uno de los soldados y al momento golpean a la chica en la nuca con la culata del arma, noqueándola. Si no fuera porque la estaban agarrando, su cuerpo habría caído al suelo.

-Espero que te alegres de no estar en su lugar. – susurra la voz de Eric consiguiendo que de un respingo. ¿En qué momento se ha acercado tanto hacia mí? ¿Y cómo es que puede andar? O esos eruditos hacen milagros, o Eric no siente el dolor como las personas normales. Posiblemente sea una mezcla entre ambas.

-Por supuesto. – murmuro. Cuando vuelvo a mirar a Tris, la pierdo cuando giran el último pasillo y me arrepiento por no atreverme a preguntar a dónde se la llevan.

Minutos más tarde la puerta vuelve a abrirse y por ella sale Jeanine. Su paso es elegante, como si quisiera hacer parecer a los demás inferiores. Detrás de ellos veo a dos soldados, despiertos, y Cuatro camina entre ellos dos. Entrecierro los ojos al verle. ¿Por qué no intenta escapar? ¿Qué le han hecho?

-Max. Eric. – saluda la mujer curvando levemente hacia arriba las comisuras de sus labios. – Y una sorpresa. – añade la mujer mirándome. Se detiene y todos los demás lo hacen.

-Amy Ross. – aclaro, pero me siento una idiota al hacerlo. ¿A caso me ha preguntado mi nombre? No, claro que no. Me observa y después desvía su mirada hacia los otros dos chicos.

-¿Quién la ha traído? – inquiere.

-Puede sernos de utilidad. – responde Eric.

-¿Aquí? Lo dudo. – responde. – Aquí necesitamos soldados de verdad, pero en la Sede de Osadía no sobran vigilantes.

Eric pone una mueca indiferente y asiente.

-Toda tuya.

Como si fuese un objeto. Me muerdo el interior de la mejilla y me mantengo recta y con la cabeza alta cuando Jeanine se acerca hacia mí. Antes de hablar, ladea levemente la cabeza.

-Móntate en el coche con ellos. Te llevará a Osadía. – me explica. – Allí te asignarán una nueva tarea.

La miro directamente a los ojos y asiento. Intuyo que ella es capaz de estudiar todos mis movimientos y gestos, por lo que intento parecer lo más segura y decidida posible. Si a ella no le convenzo de mi lealtad, de nada valdrá la palabra de Eric contra la suya.

Sin decir nada más, Jeanine sigue andando y los soldados y Cuatro tras ella. Está bien, debo seguirla. Avanzo en último puesto y de nuevo me encuentro con la vista en la espalda de Cuatro. Antes de alejarme, noto una mano sobre mi hombro y observo a Eric.

-No hagas nada de lo que puedas arrepentirte. – me advierte Eric y a mí se me ocurren un millón de cosas que podría hacer. – Nos veremos luego.

-Eso espero. – miento. Lo cierto es que desearía no volver a hacerlo. Nunca más.

Camino rígida con el arma preparada para disparar en cualquier momento. No por si nos atacan, más bien por si Jeanine decide que no valgo la pena. Cuando salimos al exterior el ruido de disparos me da náuseas. Desearía pensar en Will, en Christina, en Tris; pero no puedo hacerlo, al menos si no quiero derrumbarme.

Es un coche negro, elegante y amplio. Un soldado entra en la parte de delante y otros dos en la de atrás. Seguidamente lo hace Cuatro y yo tras él.

-Un placer conocerte, Amy. – dice Jeanine. Creo que se ríe de mí. Siento un escalofrío que recorre mi piel y dudo de si vamos a la sede de Osadía o a cualquier otro sitio en el que puedan matarme.

-Lo mismo digo.

Un soldado que se ha quedado fuera cierra la puerta y observo a Jeanine a través de la ventanilla tintada. Sé que no puede verme desde fuera, pero aun así su mirada está clavada en la mía. Cuando el coche arranca observo a Cuatro y vuelvo a apartar la vista de él al momento. En el exterior solo veo a soldados descerebrados apresando abnegados.

Me siento aliviada de no seguir en la simulación, al menos no me convertiré en una asesina sin saberlo, pero en estos momentos desearía no estar consciente de todo el caos que está ocurriendo a mi alrededor.

One choice | Peter HayesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora