Capítulo 14

2.1K 61 3
                                    

Al entrar a los camerinos, veo a Ana y a Amaia caminar con decisión hacia mí.

–Yo tampoco sé qué ha pasado, chicas –pronuncio antes de que consigan alcanzarme.

–¡Buah Aitana! ¡Estáis loquísimos! –dice Amaia tras unos segundos.

Sí, yo también lo pienso.
Al igual que él, quería un beso pero sabía que en ese momento no era posible. ¡Dios! Pero él lo hizo sin ningún miedo y sin previo aviso.

Estamos metidos en un buen marrón.

Cuando él termina de cantar y viene, decido evitarle. Estoy confundida y sólo puedo centrarme en lo que van a decir de nosotros.

Le miro y le veo triste, vulnerable. Así que, me dispongo a hablar con él.

–¿Por qué? –pregunto.

–Lo necesitaba. Aitana, no puedo ocultarme más. De verdad que –hace una pequeña pausa– lo siento.

–Luis tan sólo podrías habérmelo preguntado o avisarme. Sabías que era una decisión que debíamos tomar los dos, pero tú lo has hecho por mí y eso no es justo –respondo. Hace un momento estaba confundida pero ahora estoy enfadada, muy enfadada.

Él no puede tomarse la libertad de decidir por mí y mucho menos en algo así. Lo hemos hablado muchas veces y aunque la egoísta soy yo, no estoy preparada para anunciarlo.

Me da miedo afrontar todo lo que viene y tampoco sé si quiero seguir con él después de esto.

Mi cara de incrédula habla por sí sola y Luis parece desesperado.

–No quiero enfados, por favor –insiste él.

–Hay que pensar las cosas antes de hacerlas Luis –mi actitud es cortante y seca–. Después hablamos.

Salgo al escenario con las pocas ganas que me quedan e intento hacerlo lo mejor posible. Creo que cualquiera podría notar la tensión que hay entre Cepeda y yo.

Al terminar me voy lo más rápido que puedo de allí para evitarle. No quiero hablar con él, no quiero saber nada de él.

Una mano coge mi brazo. Para mi sorpresa, al girarme, encuentro a Miriam mirándome muy seria.

–No sé qué ha pasado, ni que habéis hablado, pero no debería ser así Aitana. Deja que se explique anda –pronuncia soltando el agarre. Yo sólo la miro expectante.

Parece que espera una respuesta pero me doy media vuelta para seguir con mi camino.

Miro las redes sociales y sólo encuentro comentarios a favor y también en contra. Espero que Luis no responda a ninguno.

Llego a unos camerinos muy lejanos del recinto y me siento en el primer sitio disponible.

Sin aguantar más, las lágrimas salen por mis ojos y recorren cada poro de mis mejillas. Me siento mal y enfadada pero también un poco contenta porque a él no le daba vergüenza admitir nuestra relación. Pero, ¿y a mí?
Quizás es vergüenza lo que no me permite admitir que estoy con él aunque es imperdonable avergonzarse de alguien como Luis.

Es atento, cariñoso, divertido. El novio perfecto. Bueno, imperfecto pero a la vez perfecto para mí.

Le elegí a él porque es la persona que me hace feliz, es la persona que tengo en mente siempre y por la que me arriesgué a decirle todo lo que sentía. Es la persona que me deja pensando cosas todo el día, que me permite descubrirle un poco más en cada momento a su lado. Y ahora más que nunca, debo acordarme de todo eso, de por qué es él y no otra persona.

Las lágrimas cesan un poco y mi teléfono vibra. En la pantalla veo "Luis" y un corazón.

Tercer pitido y descuelgo.

–¿Estás bien? No sé dónde estás –parece preocupado, nervioso.

–Ven –digo en un hilo de voz–. Sigue andando hacia adelante y llegarás a unos camerinos que están lejos, ahí estoy.

Pero el tiempo pasa. 10, 15 minutos y Luis no aparece.

¿Le habrá pasado algo? ¿Habrá decidido dejarme aquí sola?

Mi mente no para de barajar ideas estúpidas de por qué no está.

Ahora lo único que oigo son ruidos que provienen de un lugar lejano. Mi cuerpo está en tensión y yo estoy asustada.

Camino volviendo a donde estaba antes, con miedo. El tramo se hace más largo que cuando vine, pero al llegar no hay nadie. Ni siquiera Luis. Nadie.

No me pueden haber dejado aquí sola. Ni encerrada.

Marco su teléfono, el de Ana, Amaia y Raoul pero ninguno responde.

¡Joder! Que me he quedado aquí sola.

Ando nerviosa por el pasillo intentando abrir una puerta o algún sitio por el que salir, pero nada.

¿Cuánto tiempo he estado alejada?

Mi teléfono suena y tardo menos de un segundo en contestar. Al otro lado habla Luis.

–¿Dónde estás? ¡Estoy sola y encerrada!

–Nos han obligado a irnos, no sé qué puedo hacer –contesta.

Tengo un problema.

...

Son las 01:03. Hace unos minutos, he conseguido salir llamando a los bomberos y con ayuda de la policía y de mis compañeros.

Estoy sola en la habitación del hotel, pensando en lo del concierto. No sé si quiero seguir con él, no sé si estoy segura.

Le he estado evitando hasta ahora porque sigo bastante enfadada. Me prometió respetarme y esperar, pero ahí se quedó, en palabras.
Palabras que vienen y van, que suenan sinceras y luego te arrepientes de decirlas.

¿Me querrá de verdad? Necesito preguntárselo, necesito hablar con él para que me explique por qué ha decidido hacer esto si sabía que yo no quería.

Y como si estuviésemos conectados, aparece en mi habitación. Tiene cara de haber llorado, de estar mal.

–¿Podemos hablar? –pregunta sentándose sin pedir permiso.

–¿Por qué, Luis? ¿Por qué me has besado? Sabes que no estoy preparada, que es pronto –hago una pausa–. No sé si quiero seguir contigo.

Y como si de una flecha se tratase, las palabras que pronuncio hace que sus ojos se humedezcan.

–No te puedo obligar a estar conmigo. Te he fallado, lo sé. Pero no aguantaba más ni podía ocultarme más, intenta entenderlo Aitana. Sólo quiero que todo el mundo sepa que por fin, somos libres. Sea cuál sea nuestro camino.

–Luis, te quiero de verdad. Pero vete, por favor. Aléjate, necesito tiempo y espacio –le digo entre sollozos.

–Déjame cantar algo, por favor –suplica él, y las lágrimas salen de sus ojos. Yo asiento y me coloco a su lado, cuando empieza a cantar.

Esta vez, esta vez yo te diría,
que no hay viento que se lleve,
que no hay nadie que lo niegue,
que yo soy de ti.
Esta vez, esta vez confesaría,
que no duele la caída, que se cierran las heridas,
y todo es por ti.

Le doy un abrazo, ambos sabemos que será el último hasta que pase un tiempo. Podría ser eterno, pero todo acaba, como esto.

También nos damos un último beso, con sabor a perdón y con ganas de volver a estar juntos sin siquiera separarnos. Le echaré tanto de menos... pero es lo mejor para mí, y ahora, debo ser muy egoísta.

–Aitana, te amo. No lo olvides.

* * *

¡Buenas tardesss! Capítulo triste, pero todo acaba. No os preocupéis porque vendrán tiempos mejores!

GRACIAS Y MIL GRACIAS.

Queda poco para el final...

Nadie dijo que fuera fácil. Besiños.

Almas gemelas | AitedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora