Capítulo cinco: Estúpido, imbécil.

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Desperté respirando frenéticamente, mi corazón latía a mil por hora, tanto que dolía. Creo que se podría decir que se salía de mi pecho.

Santo Dios, ¿cómo siquiera podría soñar que Alison haría algo así? Estaba completamente loca, y además, ¿quién podría cortar el cordón con los dientes? ¡Eso es realmente asqueroso!

Miré la ventana, y el Sol todavía no se asomaba pero la luna ya había terminado su turno. El cielo está de color naranja del sol, con un poco de azul de la noche, las estrellas todavía no se camuflaban por completo, y las nubes aún no hacían presencia. Me abrí paso hasta llegar a la ventana y correr la suave cortina rosa, abrí la ventana y dejé que el aire fresco me inundara. Inhalé, y exhalé. Iba a extrañar inmensamente mi habitación, mi mundo, mi casa en sí. Sabía que tarde o temprano mis papás me echarían de mi casa, y planeaba estar preparada para ello.

Volví mi mirada al reloj: 8:25.

En invierno siempre amanecía tarde, cómo así siempre anochecía temprano. Suspiré.

Habría deseado mil veces vivir con otra familia, o más bien, vivir con papás distintos ya que con mis hermanos me llevaba relativamente bien.

    Los pájaros comenzaron con su coro al unísono, lo que me hizo sonreír. Caminé para ponerme en frente del espejo de cuerpo que tenía al lado de mi escritorio. Descubrí mi vientre colocando la sudadera floreada sobre mis pechos. Podría asombrarte cuán grande estaba mi hijo. Bueno, no mi hijo, sino mi vientre, o sí mi hijo... bah, no sé.

Pasé dos dedos sobre ésta y luego lo acaricié con la mano completa. Volví a sonreír.

Comenzaba a preguntarme cuando empezaría a sentir golpecitos, o cómo se mueve dentro de mí. Una vez, cuando era pequeña más o menos con ocho años, fui a visitar a mi tía quien estaba embarazada de mi pequeña prima Julieta. Fue una noche muy bonita, mi tío había preparado una rica cena para todos nosotros, hasta mis papás habían comprado un caro vino blanco para acompañar todo. Mi tía, obviamente, no podía tomar esa clase de bebida, así que optó por tomar una gaseosa. Cuando todos terminamos de comer, ella me llamó y me dijo "¿Lo ves?" refiriéndose a su vientre, el cual se agitaba levemente en la parte superior. Le respondí con un "sí" entonces fue cuando ella agarró mi mano y se la llevó a la parte donde su vientre se movía. Sentí como mi pequeña prima Julieta se agitaba ahí dentro, primero pensé que estaba pataleando, pero como si ella me leyera la mente respondió "Tiene hipo", entonces quedé fascinada. Comencé a observar su vientre cada vez que podía, ella sólo se reía y me decía que cuando sea mamá lo sentiría. Y aquí estoy, deseando sentir eso. También me contaba que en las noches, mi prima se movía demasiado, provocándole dolores e insomnio, y creo que esa es la parte que no me gusta aunque sé que me tocará vivir. Nadia, mi tía, me contaba que algunas veces le preocupaba que Julieta no se moviera ya que solía ser muy activa y moverse para todos lados, así que ella misma trataba de mover su vientre para los lados así la "despertaba" o "la molestaba" y hacía que ella se moviese. No podía parar de imaginarme a mí misma en esas situaciones. Una sonrisa se abrió paso en mi rostro.

– Te amo, bebé.

Nunca en mi vida había pensando en decir esas palabras, pero así me tenían, loca por mi hijo. Empecé a desarrollar muchas emociones, como el amor profundo, o el odio. Pero, me sentía enamorada. Enamorada profundamente de mi bebé, y Dios sabe lo mucho que lo quiero.

Al principio me sentía sumamente horrible, quería matarme, quería matarlo. Quería odiarlo, pero no podía, y odiaba el hecho de no poder odiarlo. Pero, cuando por primera vez lo vi (en la ecografía) lo sentí tan mío. Pensé: Sí no lo cuido yo, ¿quién lo hará? Es responsabilidad mía, y solamente mía. Y vaya que sí tenía razón.

Encadenada al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora