Capítulo dieciocho: Las paces.

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Dean se puso enfrente de mí y cerró sus puños también. ¡Basta de peleas!

Agarré su brazo e hice que se diera vuelta y me vea. Tomé su cara en mis manos y lo besé. Traté de que sea el beso más dulce que pude haberle dado, traté de que sienta que todo iba a estar bien si no peleaban. Traté de hacerle entender que las cosas nunca se solucionan así.

Me separé y volví a mirarlo a los ojos.

– No peleen –susurré. Frunció el ceño y miró sus puños. Dejó de apretarlos y volvió a mirarme.

– Lo siento.

Me puse al lado de Dean y pasé mi mirada entre mi madre y mi padre.

– Fuera de nuestra casa –dije firme–. Ahora.

– Muy bien –alzó los hombros mi padre–. Así de desagradecidos son los hijos, Lilien.

Mi madre se levantó lentamente y asintió.

– Lo sé, Mark –entonces mis padres caminaron hasta mí y se detuvieron enfrente nuestro. Lilien suspiró y sonrió–. Vámonos –dijo al fin.

Al pasar Lilien chocó su hombro con el mío y cerré los ojos para disminuir mi ira.

– Nos vemos luego, América –dijo Mark y guiñó un ojo.

Suspiré.

– Ya quisieras –él rió y pasó por mi lado.

Después de unos segundos se escuchó el portazo que dio Lilien. Mis hermanos entraron a la casa embarrados y fruncieron el ceño.

– ¿Mamá y papá se fueron? –pregunto Nate.

– Sí, quise pasar tiempo con ustedes –admití–. Si ustedes no quieren, bueno, puedo llevarlos ahora.

– No, por favor, queremos quedarnos –dijo Mate rápidamente.

– Tenía en mente ir por un helado o algo así –comentó Dean–. Pero, no creo que puedan ir así –señaló sus ropas.

– ¡Tontos! –jadeé– Tendrán que ir a bañarse.

– ¿Qué? ¡No! –dijo Nate.

– Nate, ¡tarado! No podemos ir así a tomar un helado –le dijo Mate golpeándole la nuca. Nate lo miró enojado pero no dijo o hizo nada.

– Vengan –dijo Dean–, los llevaré a la ducha.

– Pero, no tenemos ropa –gruñó Nate.

– La conseguiré –les dije–. Vayan o no iremos.

Nate volvió a gruñir. Matt, sin embargo, estaba agradecido. No eran tan parecidos siendo gemelos. Nate era sucio, y Matt era pulcro.

Dean y mis hermanos fueron hasta el baño, y yo me dirigí a la habitación. Fui hasta el cajón y saqué un poco de mi dinero. Iría a comprar un par de pantalones y sudaderas.

Tomé del armario unos jeans color celeste y una blusa blanca. Me puse los tacos blancos, agarré mi bolso y salí de la habitación.

Fui hasta la cocina para tomar mi celular y me dirigí a la puerta principal para irme.

Cuando la abrí vi a Enzo parado allí con su puño en alto. Alcé las cejas y miré su puño.

Bajó rápidamente la mano y sonrió.

– Iba a tocar.

– Me estoy yendo, Enzo –dije.

– ¿Sí? Bueno, te acompaño.

Encadenada al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora