Parte 1 - El fin... ¿O el comienzo?

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No entendía lo que pasaba a su alrededor, simplemente podía sentir como la brisa acariciaba su cuerpo. Elizabeth observó el cielo como si fuera lo único interesante dentro del paisaje que la rodeaba, aun cuando todos gritaban su nombre.

- ¡Elizabeth! - Fue el grito de Meliodas que la hizo reaccionar.

Lentamente se giró hacia donde escuchó la voz del capitán de los siete pecados capitales, sólo para encontrar un hermoso paisaje vacío. ¿Dónde estaban todos? ¿Por qué era capaz de oírlos pero no verlos?

Perezosamente, se levantó del pasto verde sólo para caer ante sus rodillas. Se sentía tan débil que no podía evitar sentirse algo asustada.

¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaban todos? Era lo que pasaba por su mente.

Intentó gritar, aunque su voz jamás salió de sus labios. Asustada empezó a llorar al sentir impotencia. El dulce y cálido paisaje cambió a uno oscuro y frío, el cambio fue tan repentino que empezó a tomar energías para levantarse y correr lejos de la oscuridad que absorbía todo lo que tocaba.

Ella no entendía hacía dónde se dirigía, pero lo único que deseaba era encontrar a sus amigos... A Meliodas...

- ¡Señor Meliodas! - Gritó a todo pulmón, resonando en la oscuridad.

Antes de ser consumida por la oscuridad. Antes de recordar cómo llegó hasta ahí.

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Su cuerpo le dolía, como si hubiera caído desde una gran altura. Pero aun acostada, no notó heridas o moretones sobre su piel expuesta. Observó con pena su propio cuerpo desnudo, pero a pesar de su apariencia ella se preguntaba dónde estaba y dónde estaban los pecados capitales.

- Señor Meliodas... Chicos... - Llamó con timidez, pero no hubo ninguna contestación.

Cuando se levantó, con mucho dolor, observó que estaba en un bosque y a unos metros distinguió un gran lago.

Cohibida, avanzó hacia el lago. Para observar su reflejo. No había nada fuera de lo usual en su cuerpo. Sus manos rozaron sus cabellos plateados con curiosidad, éste seguía igual a como le recordaba.

Pasó sus manos por su cuerpo buscando una anomalía, pero lo único que encontró fue dolor y una rara sensación en su cuerpo, aunque no era incómoda.

Sus ojos se agrandaron al recordar los hechos que la condujeron ahí.

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Lo había logrado, pudo fusionarse con todos los mandamientos y no caer en la locura. Meliodas, en su forma demoniaca, se encontraba frente a frente a la princesa Elizabeth.

- ¡Elizabeth! - Dijo Meliodas mientras abrazaba con firmeza a la Diosa. - Por fin... Por fin te libraré de esta maldición.

- ¡Basta, señor Meliodas! - Exclamó Elizabeth asustada al ver cómo todos sus amigos y aliados desaparecían, pues la pareja era envuelta en una masa oscura.

Ya siendo absorbidos por la oscuridad, Elizabeth usó sus poderes para quemar un poco a Meliodas y soltarse, cosa que funcionó.

- Elizabeth... - Su voz no era cálida ni suave, no era su Meliodas.

Las lágrimas de Elizabeth empezaron a brotar con abundancia, sorprendiendo al Demonio. Meliodas, sin saber qué sentir, miraba con curiosidad a la chica.

- La razón por la cuál te pedí que rompieras la maldición, fue porque no quería que tú sufrieras... - Dice con dolor en su mirada, provocando una preocupación en la cara estoica del Demonio.

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