Cap. 31

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Entré a la habitación de mi pequeña niña y la miré durmiendo acurrucada en su almohada durante media hora. No había mucho lugar donde descansar así que decidí dormir en el sofá. Antes de salir por la puerta, noté que Marco bajaba las escaleras. Unos golpes fuertes y horribles sonaban en la entrada.

—¡Joder, ya voy! —gritaba Marco dando grandes zancadas hacia la puerta.

Me asomé por el pequeño balcón interior y miré cuando Marco abría la puerta. Era Rose.

—¡Te llamé hace un siglo! ¿Por qué te apareces hasta esta hora? —Marco la tomó del cabello y la haló hasta estamparla contra el sofá. El tipo estaba rabiando. Si la pobre masoquista salía viva de esta era porque tenía suerte. ¿Acaso se había puesto así sólo porque no accedí tener relaciones con él?

—¡Lo siento, estaba dormida! —se excusaba ella.

Marco ignoró sus palabras y se desató el cinturón de la cintura. Seguro se lo había vuelto a poner. Rose se tapó el rostro con sus manos y comenzó a llorar. 

—¡Inclínate! —le ordenó Marco.

La chica se quitó la camisa y se arrodilló contra el sofá, dándole la espalda a Marco. Este comenzó a golpear brutalmente su espalda con el cinturón. Rose gritaba y lloraba de dolor, pero no hacía nada por defenderse o detenerlo. Era asqueroso. A ella le gustaba lo que le hacían. 

Escuché a Mèg llorar. Seguro se había despertado por los chillidos que pegaba la pobre chica. Me apresuré a entrar y tomarla entre mis brazos. 

—Tranquila, mi nena —le siseé tratando de dormirla.

La niña me pidió el biberón, pero era imposible que yo bajara a la cocina a preparárselo. La pobre tipa seguía gritando, y Mègane estaba realmente necesitando tomar su biberón. 

Me armé de valor y decidí que mi hija no pagaría el sadismo enfermo de su padre. La coloqué de regreso en la cama cuna y le pedí que no se moviera, que yo regresara con lo que ella necesitaba. Sabía que Mèg era una niña bastante obediente, y que no se movería hasta que yo volviera.

Salí de la habitación y me asomé de nuevo. Rose tenía la espalda inflamada y llena de marcas por los constantes fajazos que Marco le obsequiaba amablemente. 

—Ahora, voltéate —le ordenó.

La chica se levantó y se sentó en el sofá frente a él. Sabía lo que le iba a hacer; la iba a abofetear, mínimo. No podía permitir eso. Era como ser cómplice de las brutalidades que él hacía. Me apresuré a bajar las escaleras. 

Las mejillas de Rose estaban coloradas de recibir los golpes del bestia de Marco. Antes que le propiciara otro yo detuve su mano.

—¡Ya basta! —sostuve su mano con fuerza. A él no le costaría nada tirarme y golpearnos a las dos, pero igual no iba a permitir que siguiera haciendo esa injusticia—. ¡Maldita sea! Si tanto es el deseo que golpear, usa tus bolas como peras de boxeo. ¡Jódete tú, maldita sea! ¿Por qué no te abofeteas a ti mismo? ¡Vamos! ¿O prefieres que lo haga yo? —levanté del suelo su cinturón.

Marco me miraba con los ojos amplios.

—¡Vamos, arrodíllate tú! ¡Ahora la sádica soy yo, ¿qué te parece?! —le grité rabiando.

Marco agachó la mirada y miró a la chica con la espalda inflamada. Esta sollozaba y se enrollaba las piernas. Marco estiró la mano hacia su compañera y esta se la tomó temerosa. Vi como ambos subieron las escaleras. Tiré el cinturón y no sé por qué comencé a llorar como loca. Me tiré al sofá y me hundí entre mis sollozos. 

Malas Decisiones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora