5 - La chocolatina de la paz

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Cuando por fin le quitaron la venda, parpadeó, mareada, mirando a su alrededor. Había estado tantas horas seguidas en la oscuridad, que ahora que el sol le daba en la cara no podía hacer otra cosa que parpadear constantemente, con lágrimas en los ojos, intentando adaptar la vista a su entorno. 

Alguien la golpeó en el estómago y le dijo algo en un idioma que no le resultaba familiar. Alicia no lo entendió hasta que la agarró de la nuca y le puso la espalda recta. A su alrededor, también se lo estaban haciendo a las otras niñas. Las que ya estaban colocadas, miraban un punto fijo, aunque no parecían ver nada. Unas pocas lloraban, pero dejaron de hacerlo en cuanto las amenazaron.

Estaban rodeadas de gente con uniformes extraños, azules. Uno de ellos, el que parecía más importante, acompañaba a un hombre con el pelo largo y bigote, gordo y de unos cincuenta años, que se detenía delante de cada niña y la miraba fijamente.

No estaba del todo segura de qué estaba haciendo, pero era repugnante, como si escogiera la mejor oveja del ganado.

Se detuvo más tiempo del necesario delante de dos niñas que no parecían tener nada que ver entre ellas. Una era rubia y paliducha, y la otra estaba más rellenita, con el pelo oscuro atado.

En realidad, sí que tenían algo que ver entre ellas: eran las más pequeñas del grupo. Debían tener, como mucho, doce años.

Parecía que había pasado una eternidad cuando el hombre se detuvo delante de ella. No pareció gustarle lo que veía mientras el otro, el de uniforme importante, le iba diciendo cosas, como si esa situación fuera lo más normal del mundo. El viejo la agarró de la cara con una mano y la miró desde todos los puntos de vista posibles. Pareció poco impresionado cuando la soltó y se acarició el bigote, pensativo.

Dijo algo al oficial en otro idioma. Tenía la voz grave y rasgada. El oficial se acercó a Alicia y ella se tensó cuando la agarró de la nuca y siguió diciendo algo que no parecía complacer al de los bigotes.

Quizá era demasiado mayor para él.

Finalmente, el oficial la soltó y Alicia pensó que se había librado, pero el del bigote volvió a acercarse, esta vez más interesado. Aguantó que le tocara la cara sin moverse.

Se le hizo insoportable cuando la agarró del cuello y lo apretujó un poco, para después tocarle los hombros. Era como si estuviera comprobando el género en un supermercado. No pudo más. Se apartó, echándose hacia atrás, y el hombre frunció el ceño antes de decir algo en un idioma que no conocía.

Al instante, notó que alguien tiraba de sus brazos. Trató de librarse como pudo, forcejeando, pateando, mordiendo... pero no sirvió de nada. El hombre estaba examinando a la siguiente chica mientras la arrastraban hacia el coche de nuevo, cubriéndole los ojos.

Cuando por fin le quitaron la venda, estaba sentada en una habitación oscura, con unas mujeres con atuendos extraños quitándole la ropa y lavándola con agua helada. Ni siquiera hablaban su idioma, así que no dijo nada, simplemente se dejó. Después de todo, una de ellas llevaba una vara de madera y parecía estar supervisando lo que hacían.

Hablaban entre ellas, y tenía la sensación de que precisamente hablaban sobre ella. De todos modos, intentó ignorarlas tanto como pudo.

Sin embargo, cuando le agarraron un mechón de pelo y otra mujer se acercó con unas tijeras, se apartó.

—Por favor... —murmuró, tratando de alejarse.

Casi al instante en que hubo abierto la boca, la mujer de la vara la golpeó de lleno en la espalda, haciendo que se sentara de nuevo y dejara que le cortaran el pelo sin decir una palabra.

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora