Capítulo 23

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Maratón 3/3

Cuando Alice bajó las escaleras, sintió que se había quitado un gran peso de encima. Fue directa a la cafetería y saludó a unos cuantos que le hablaron, pero su objetivo era claro. ¿Dónde estaba Rhett?

Lo encontró ya en su habitación. Estaba metido en la cama y le daba la espalda. Miró por encima de su hombro y suspiró al verla.

—¿Quieres estar solo? —preguntó Alice.

—No.

Ella sonrió un poco y cerró la puerta a su espalda. Se acercó a la cama, se quitó las botas y se metió en la cama con él. Rhett se dio le vuelta y se quedaron mirando el uno al otro. Alice se acercó a él y le pasó una mano por la mejilla.

—De todos los idiotas que hay en el mundo —murmuró él—, van y atrapan a mi padre.

Alice sonrió un poco, siguiendo con los ojos el recorrido que hacían sus dedos en su cuello y en su mandíbula. Rhett no se movió cuando recorrió la cicatriz con las yemas de los dedos. De hecho, pareció relajarse.

—¿Está en el sótano? —preguntó Alice.

—Sí. Con cinco guardias.

—Lo que quiere decir...

—...que le harán un juicio —terminó él—. Mañana. Y yo tendré que ser uno de los jueces. Soy guardián.

Alice lo observó en silencio. No dejó de acariciarle la cara porque parecía relajarlo. Además, a ella le gustaba. Y Rhett no se dejaba acariciar siempre. Tenía que aprovechar.

—Max no te pondría en esa situación si no supiera que lo harás bien —murmuró ella.

—Es mi padre.

—Lo harás bien.

—No es... —Rhett suspiró—. Sé lo que se merece. Sé lo que deberíamos hacerle. Sé lo que muchas veces en mi vida he querido hacerle, pero... es muy distinto cuando la posibilidad es tan real.

Alice lo observó en silencio.

—No tiene por qué morir.

—¿Y cuál es la alternativa? ¿Dejar que vuelva con los suyos para que nos vuelva a atacar?

—Podríamos convencerle de quedarse con nosotros.

Rhett esbozó una sonrisa triste.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, confusa.

—¿Tienes idea de la cantidad de veces que mi madre y yo intentamos que cambiara? ¿Que fuera mejor persona? Lo intenté durante todo el tiempo que viví con él. Mi madre lo intentó y se llevó más de una bofetada por ello. La gente mala no cambia. Es horrible, pero es así.

Alice se quedó un poco impactada al oír lo de las bofetadas, pero decidió no indagar más en el tema. A Rhett parecía ponerle triste. Pasó la mano por encima de su oreja y le acarició la nuca, acercándose un poco más a él.

—Siento oír eso.

Él contuvo una sonrisa irónica.

—¿Sabes lo que me decía cuando era pequeño? —preguntó en voz baja—. Que lo que hacía cuando me obligaba a entrenar durante horas era por mi bien. Que cuando golpeaba a mi madre era por su bien. Que, cuando me obligaba a entrenar hasta que mis músculos no podían más, era por mi bien. Porque me quería.

Negó con la cabeza.

—Él nunca ha querido a nadie, Alice. Nunca lo hará. No sabe cómo es querer a alguien. Quererlo de verdad. Ni siquiera a sí mismo.

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora