—Debería haberlo matado hace un año.
Habían estado todo el día en el gimnasio entrenando. Su primer día. Y Rhett ya no podía soportar la presencia de Kenneth.
—Rhett... —protestó Alice, cansada.
—Es verdad —protestó él, a su vez.
La habitación era mucho más de lo que necesitaban, pero la cama también. Podía tumbarse como le diera la gana, que difícilmente llegaría a tocar a Rhett. No estaba segura de si eso le terminaba de gustar.
Ella se sentó en la cama y lo miró con cara de cansancio.
—No me puedo creer que vayamos a tener que convivir con él —seguía murmurando Rhett.
—¿Miramos una peli? —preguntó ella, intentando cambiar de tema e incorporándose—. Tenemos tele en nuestra habitación. A ver, cuáles hay...
Empezó a revisar las películas en la estantería, descartándolas con mala cara.
—Ese... imbécil —masculló Rhett, lanzando la ropa sucia a un rincón.
—¿Te apetece una de zombies? —preguntó ella. Después lo retiró—. Mejor miramos una que no tenga sangre y vísceras... ¿una de amor?
—¿De amor? —él arrugó la nariz.
—Las hay muy buenas —masculló Alice, que seguía buscando—. ¿Y de drama? Vale, no me mires así.
Él siguió murmurando cosas no aptas para niños mientras Alice suspiraba sonoramente.
—Vamos... déjalo.
—No quiero dejarlo. Quiero no tener que volver a verlo.
—¿Qué más da? Puede que se vaya él solito del grupo y se acaben todos nuestros problemas. Bueno... el menor de ellos, más bien.
—Lo dudo. Es la clase de parásito que se queda solo por molestar.
—Bueno, ¿y qué pasa si se queda? Peor para él. Lo ignoramos y ya está.
—¿Qué lo ignoremos? —él se acercó, enfadado—. ¿Es que te has olvidado de todo lo que te hizo?
—Me lo hizo a mí. Debería ser yo la enfada, no tú —ella se cruzó de brazos.
—Pues me lo tomo como algo personal —él se sentó en la cama, enfurruñado—. Si me dice algo...
—Entonces, dispárale en la pierna y se le acabará la tontería.
—Eso ya me gusta más —Rhett sonrió, mirándola—. Lástima que no pueda hacerlo sin que nos echen de aquí.
—Entonces, lo ignorarás. Como haré yo.
—No sobreestimes tanto mi paciencia, Alice.
—Tuviste paciencia conmigo —sonrió ella.
Rhett enarcó una ceja, mirándola.
—No es lo mismo.
—Como diría Trisha, él no tiene mis tetas —sonrió ella, orgullosa.
—¿Por qué siempre tienes que llevarlo todo al tema del sexo? —Rhett puso los ojos en blanco, metiéndose en la cama—. Hay cosas más importantes en la vida.
—Porque eres un estrecho. Hace dos meses que vagamos por el bosque como almas en pena. Hubiéramos podido morir en cualquier momento. ¡Habría muerto virgen!
—Qué drama —ironizó él.
—Lo es. Y no entiendo muy bien por qué no quieres tener sexo.
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Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)
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