Capítulo 40

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Penúltimo capítulo D:

Alice sintió que le zumbaba la mente cuando bajó de nuevo la mano. Todavía notaba la pistola ligeramente caliente por el disparo cuando se dio la vuelta y la recargó sin decir absolutamente nada sobre lo que acababa de pasar.

Charles, a su lado, la miraba en silencio.

—Vámonos —murmuró Alice.

Él la siguió fuera de la sala y cerró la puerta tras él, pero detuvo a Alice del brazo antes de seguir avanzado.

—Oye, querida... siento que hayas tenido que...

—Ni se te ocurra —advirtió Alice—. No me siento mal por ello. En absoluto. Debería haberlo hecho hace mucho tiempo.

Charles dudó antes de seguir hablando, y ella agradeció que cambiara de tema.

—Sé que ahora la tensión está un poco alta como para pensar, pero no sé si te acuerdas del pequeño detalle de que estamos rodeados de gente que quiere matarnos.

—No se me ha olvidado.

—¿Y puedo preguntar si hay algún plan? —él soltó una risita nerviosa—. ¿O solo... iremos improvisando sobre la marcha?

—Lo de improvisar me gusta.

—A mí me causa un poco de ansiedad, pero si es tu plan no voy a quejarme.

—Tranquilo, no es mi único plan. Ven conmigo.

—¿Dónde?

Alice no respondió. Le quitó una de las pistolas de la mano y se la guardó en la funda vacía del cinturón. Charles se quedó con las otras dos, aunque todavía parecía un poco entumecido como para usarlas.

Ella cruzó el pasillo entero y subió las escaleras principales, cosa que pareció aumentar considerablemente el nivel de estrés de Charles.

—¿Cuál es la estrategia? ¿Ir por la ciudad como si nada hubiera pasado para escapar?

Alice le dirigió una mirada de soslayo, cruzando un pasillo vacío.

—No vamos a escapar.

—Ah, clar... espera, ¿qué?

—Ya me has oído.

—Sí, pero espero que eso no implique que todo esto sea un plan suicida.

—Todos mis planes son un poco suicidas.

Ella volvió a subir unas escaleras sin molestarse en asegurarse de que no hubiera nadie. Él la seguía, mirando cada rincón que cruzaban en busca de guardias.

—¿Puedo preguntar, al menos, dónde vamos?

—Un piso más arriba.

—¿Por qué?

—Porque lo digo yo.

Él le puso mala cara.

—Qué mal te está sentando la viudedad.

Alice lo ignoró categóricamente y sacó la pistola del cinturón cuando escuchó pasos al otro lado de la puerta de las escaleras. Sin embargo, los pasos se alejaron rápidamente y la abrió. Fue directa al pasillo sin salida y Charles la siguió dócilmente. Incluso cuando abrió la última puerta y llegaron a la sala vacía con la ventana rota. Se quedaron los dos ahí de pie un momento.

—Bueno, no es que muy tenga buenos recuerdos de este rincón particular del maravilloso mundo —murmuró Charles.

—Yo tampoco, por si te consuela.

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora