Capítulo 32

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Alice hubiera deseado poder disfrutar mejor de la mañana en la que habían elegido las clases. Por supuesto, la elección había sido practicar disparando. Era poco cansado y se les daba bien a casi todos los del equipo, así que fue bastante relajada.

Pero no para ella. Seguía teniendo mareos de vez en cuando y odiaba que Max la obligara a dejarse revisar por el padre John cada vez que sucedía, pero esta vez no le quedó otra, porque el mareo era todavía peor que los anteriores. Dejó la pistola en su pequeña mesa y se tomó un momento para respirar. Casi al instante, notó que se le humedecía la parte baja de la nariz y se la tocó, confusa. Era sangre. Lo que le faltaba.

—Whoa —Trisha la miraba—. Oye, sangras.

—Gracias, no me había dado cuenta —murmuró ella tapándose la nariz con dos dedos.

—Bueno, solo informaba.

Alice vio que Rhett estaba ocupado aterrorizando un humano, así que suspiró.

—Dile que estoy con el padre John otra vez —le pidió a Trisha.

Ella asintió con la cabeza, intentando aumentar la velocidad con la que cargaba la pistola con una sola mano.

Alice se apresuró a marcharse sujetándose la nariz y fue directamente al hospital. Tina estaba sentada en una de las camas con el bebé en brazos. Le daba un biberón. Sonrió al ver aparecer a Alice, pero lo sustituyó con un suspiro cuando vio que estaba sangrando.

—Está ahí detrás —señaló al padre John con la cabeza.

Alice suspiró también y fue a la parte trasera del hospital, donde el padre John se había instalado. Alice vio que escribía algo en su libreta. Volvía a llevar las gafas puestas. Solo levantó la cabeza cuando notó que alguien se acercaba. No pareció muy sorprendido con la cara ensangrentada de Alice.

—Siéntate —señaló la cabeza que tenía delante con la cabeza.

Alice lo hizo y vio que él terminaba de escribir con toda la tranquilidad. Lo miró de reojo y enarcó una ceja.

—Te acuerdas de que estoy sangrando, ¿no?

—Perfectamente.

—¿Y qué apuntas? ¿De qué color es la sangre? Te daré una pista: no es amarilla.

El padre John suspiró y cerró la libreta, dedicándole una mirada cansada.

—Me gustabas más cuando no respondías. Nunca.

—No te estaba respondiendo. Te hacía preguntas —remarcó ella—. Ahora te estoy respondiendo.

Él decidió ignorarla y se puso de pie. Alice lo vio cojear hacia la estantería del fondo y volvió con un toalla y un pequeño bote azul. Dejó ambas delante de la mesa y volvió a sentarse.

Alice ya sabía cómo iba la cosa. Había pasado demasiadas veces esos días. Se limpió la sangre con la toalla y se tomó una de las pastillas blancas del bote azul. Su suplemento. Se lo tragó sin necesidad de agua y miró al padre John, que había vuelto a su libreta.

—¿Para eso sigues aquí? ¿Para darme una pastilla?

—Es una vitamina, no una pastilla.

—La primera pregunta no ha cambiado.

—A veces, Alice, me da la sensación de que eres la que menos se preocupa de tu salud —replicó sin mirarla.

Alice estuvo a punto de ponerse de pie y marcharse, pero se detuvo un momento, mirándolo con los ojos entrecerrados.

—¿Qué te pasó el pierna?

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora