19 - 'La técnica anti-pesados'

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Hacía casi dos horas que esperaba, tumbada en la cama, para ir por fin a la habitación de Rhett. Había tenido la tentación de hacerlo unas cuantas veces, pero no quería arriesgarse a que nadie la pillara. Especialmente ese día. Se había pasado el rato rememorando los consejos de Trisha para asegurarse de que lo hacía bien y no hacía que Rhett se espantara y saliera corriendo.

Aunque, pensándolo bien... si lo hacía mal sería ella misma quien saliera espantada corriendo por la vergüenza.

Oh, no, ¿y si salía mal?

Puso una mueca al techo y trató de recordar los detalles de los besos que había visto en las películas. ¡Ahí nunca salía nada mal!

Por fin, llegó la hora de irse. Se incorporó un poco y miró a su alrededor. Se oían ronquidos y respiraciones acompasadas. Asegurándose de que nadie la veía, se puso de pie y se dirigió a las escaleras. Cerró la puerta con sumo cuidado, sin hacer ningún ruido.

Pero no se había dado cuenta de que ya había alguien ahí, de pie.

Se chocó de frente con él y se llevó una mano a la nariz con una mueca de dolor.

—¡Auch! ¿Qué...? —empezó, pero se quedó callada al ver quién era—. ¿Kenneth? ¿Qué haces despierto?

—Podría preguntarte lo mismo —dijo él, cruzándose de brazos.

Alice tuvo que pensar con rapidez. Con demasiada rapidez.

—Iba al servicio.

Kenneth sonrió, sacudiendo la cabeza.

—Hay una puerta en la habitación.

—Está rota.

—¿En serio? ¿Puedo comprobarlo?

—Bueno, ¿y qué pasa si quiero usar la otra puerta? ¿Hay algún problema?

Él la miró unos segundos. Los nervios de Alice aumentaban cada vez más.

—Muy bien —accedió él, finalmente.

—Genial —Alice pasó por su lado, pero se detuvo cuando la agarró del brazo—. ¿Qué haces? Suéltame.

—Te acompaño —le dijo firmemente.

Oh, no.

—No. De eso nada.

—¿Por qué no, Alice?

—Porque hay algo en este mundo llamado privacidad.

—Me da igual. Voy contigo.

—Oye, te he dicho que me sueltes —Alice tiró de su brazo, empezando a enfadarse.

—Y yo te he dicho que voy contigo.

—¡Déjame en paz! —por fin, consiguió liberar su brazo—. Vete a molestar a otra persona, Kenneth.

Él frunció el ceño lentamente.

—Cada noche te vas de la habitación a esta hora y no vuelves hasta más tarde —dijo, remarcando cada palabra—. ¿Quieres que me crea que vas al servicio cada día a la misma hora y que tardas dos horas en usarlo?

—No quiero que te creas nada. Lo que haga o no, es problema mío.

—Quizás también sea problema de algún instructor cuando se lo cuente.

Alice ya se estaba dirigiendo a la puerta del servicio, pero se detuvo en seco para mirarlo por encima del hombro.

—¿Qué has dicho?

—Ya me has oído.

Oooohh... ese chico estaba jugando con fuego.

—Muy bien, Kenneth —Alice también se cruzó de brazos—. Ve corriendo a cualquier instructor y díselo. Pero ¿qué le dirás exactamente? ¿Que uso demasiado el servicio y siempre a la misma hora? Seguro que me echan de la ciudad. Qué peligrosa soy.

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora