Durante los días siguientes, Alice se pegó más a Davy en las clases de la loca de Deane, que desde ese entrenamiento en que habían discutido, miraba a Alice como si quisiera darle un puñetazo en la nariz. O unos cuantos.
Davy no era especialmente simpático, pero al menos no la miraba con hostilidad, cosa que era un avance. Era el punto perfecto entre la hostilidad de Shana y Tom y la excesiva simpatía —por no llamarlo de otra forma— del pesado de Kenneth.
Por otro lado, le daba la sensación de que por las noches Rhett le contaba cada vez más cosas de sí mismo. Especialmente de su vida antes de la guerra. Una de las cosas que más le había llamado la atención había sido cuando habló de su padre. No lo había hecho hasta ese momento. Y lo hizo justo cuando terminaron una película cuyos protagonistas estaban en el ejército.
—Esta película me recuerda a mi padre —murmuró, sacudiendo la cabeza—. También era militar.
Alice lo miró de reojo, sin saber muy bien si preguntar o no.
—¿Y gritaba tanto como ese hombre? —bromeó al final.
—No —Rhett sonrió—. Gritaba aún más.
—Imposible.
—No lo es.
—Bueno, ya sé de dónde has sacado el mal humor.
Rhett empezó a reírse, pero no dijo nada más.
De hecho, era muy difícil conseguir que Rhett le contara cosas de sí mismo. Cuando lo hacía, era solo en pequeñas dosis. Y después de decirlas se quedaba un momento en silencio, como si no estuviera muy seguro de si se arrepentía o no.
—¿Gritaba como Max? —sugirió Alice con una sonrisita, rodando para quedarse tumbada de lado, mirándolo.
Rhett ladeó la cabeza hacia ella, tumbado boca arriba.
—Max es un angelito a su lado.
—Lo siento, pero no me lo creo.
—Pues es verdad —y su sonrisa se apagó un poco—. Era un cabrón.
Alice se quedó confusa con esa última palabra. Y también por su forma de pronunciarla.
—¿Qué es eso?
—Es... —sacudió la cabeza—. Da igual, no necesitas saberlo.
—Oh, vamos.
Él suspiró.
—Es un insulto —aclaró, mirándola—. No hace falta que vayas repitiéndolo.
—Lo reservaré para cuando alguien se porte mal conmigo, entonces.
—¿Eso quiere decir que vas a empezar a llamarme cabrón en cada clase?
—Si tú me llamas novata, puedes estar seguro de que lo haré.
Rhett sonrió un poco, pero dejó de hacerlo para mirarla con desconfianza cuando vio que Alice se había quedado pensativa.
—¿Qué? —preguntó él.
—Tu padre... ¿no era bueno contigo?
—¿Bueno? —Rhett puso los ojos en blanco—. No era ni bueno ni malo. Nunca me trató especialmente mal, pero casi nunca estaba en casa. Para él solo existía su trabajo. Aunque eso tampoco era tan malo.
—¿Por qué no?
—Bueno, me enseñó todo lo que sé de entrenamiento militar, armas, disciplina... —puso una mueca—. Pero esa fue toda su función. Nunca se sintió como un padre. En casa, siempre éramos mi madre y yo. Y no...
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Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)
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