Capítulo 1

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Abrió la puerta lentamente, escuchando el crujido de la madera bajo sus botas.

El ambiente olía a humedad y a desuso, cosa a la que ya se había acostumbrado. A esas alturas, apenas lo notaba. Agarró la madera con más fuerza y terminó de abrir la puerta, sin hacer un solo ruido más. Tras esperar unos segundos en la penumbra, confirmó que no había nadie en la casa y metió la pistola en su cinturón.

En realidad, no tenía balas. Solo era para asustar. Esperaba no verse en un apuro hasta que encontrara algo para defenderse.

Alice entró en el salón y empezó a abrir los cajones, buscando cualquier cosa que le fuera a ser útil. No tardó en darse cuenta de que ya habían pasado por esa casa, porque la gran mayoría de ellos estaban vacíos o llenos de papeles chamuscados que, aunque quisiera, no hubiera podido leer porque estaban en un idioma que no conocía. Dejó los papeles a un lado y se fue a la cocina, donde solo encontró cubiertos oxidados y platos rotos en el suelo.

Menudo fracaso.

La mayoría de las casas de ese vecindario eran parecidas: un salón y una cocina en el piso inferior y dos habitaciones con un cuarto de baño en el superior. Alice ya se las sabía de memoria. No le extrañó no encontrar nada interesante en esa casa. Ni en la siguiente. Ni en la otra.

De hecho, no encontró nada hasta que llegó a la última casa que podía registrar antes de que anocheciera. Volvió a ver solo papeles y alguna que otra lata de comida que podía serles útil en caso de emergencia. Subió las escaleras y abrió la puerta de la habitación principal. Por un momento, se quedó helada pensando que había algo, pero fue peor cuando vio lo que era.

Había habido alguien tumbado en esa cama en algún momento, pero ahora solo quedaban huesos y ropa. Alice se quedó mirando el esqueleto. Debía hacer, al menos, diez años que estaba ahí. Ni siquiera asustaba. Pero sintió una especie de escalofrío al pensar en cómo habría muerto.

No tardó en adivinarlo. Tenía una pistola en la mano. En la otra, tenía algo cuadrado. Avanzó con cuidado y se lo quitó de la mano, dándole la vuelta. Era un marco de una foto en la que había un hombre de unos treinta y pocos años de edad que encajaba con las medidas del que tenía delante. Sin embargo, tenía en brazos a una niña de no más de diez años que sonreía a la cámara con alegría.

¿Sería su hija? ¿La habrían...?

No. Dejó el marco donde lo había encontrado. No tenía que pensar en eso. Ya no serviría de nada. Siguió registrando las habitaciones intentando olvidarlo, y solo encontró una habitación de niña con juguetes viejos. Bajó las escaleras de nuevo.

Sin embargo, cuando salía de la casa se dio cuenta de que había un mueble que no había revisado. Estaba cubierto con una sábana oscura, lleno de polvo. Cuando Alice se acercó y tiró de la sábana, éste voló creando una pequeña nube que espantó de unos cuantos manotazos, tosiendo.

Frunció el ceño, intrigada, y pasó una mano por la madera pulida. Nunca había visto un mueble así. Era gigante, y tenía una forma extraña. Le extrañó aún más ver que tenía un pequeño banco delante. Pasó la mano por la superficie y encontró una parte que podía levantarse, así que lo hizo lentamente, descubriendo una especie de teclas blancas y negras. Tocó una y casi golpeó al mueble cuando emitió un sonido leve pero claro.

—¿Qué...?

Volvió a cerrar la tapa, asustada, y decidió volver con los demás.

Lo peor de la casa en la que se alojaban era que, para llegar, tenía que atravesar una pequeña parte del bosque. No le gustaba, y menos cuando anochecía y la única arma que tenía era un revólver sin cargar. No estaba mal para meter miedo y sentirse un poco más segura, pero a la hora de un combate —todavía no lo había tenido que probar, pero prefería que la cosa siguiera así— no le parecía demasiado útil.

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora