Capítulo 39

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Cuando pudo ser consciente de ello, se dio cuenta de que no estaba en el mismo lugar en el que se había dormido. Ni tampoco se sentía la misma persona. Le dolía todo. Especialmente la cabeza. Como si le hubieran disparado en ésta.

Literalmente.

Abrió los ojos lentamente y lo primero que vio fue que sus manos no estaban sobre un suelo artificial, sino sobre hierba. Movió los dedos y sintió la humedad entre ellos, al mismo tiempo en que apoyaba las palmas para incorporarse e intentar ver dónde estaba.

En el momento en que lo hizo, supo que había estado ahí. No sabía cuando, pero ese lugar era familiar.

Era un prado. Bueno, más bien el final de uno. Estaba en una colina, y podía oír agua corriendo, lo que indicaba que no estaba muy lejos de un riachuelo. Delante de ella, a unos metros, había un enorme árbol con unos cuantos arbustos rodeándolo. Frunció el ceño. ¿Por qué ese sitio resultaba tan familiar?

Se puso de pie lentamente, y mientras lo hacía se dio cuenta de que no iba vestida como de costumbre. Llevaba un vestido blanco, liso, ancho, e iba descalza. Y tenía el pelo suelto. Se pasó la mano por él y se sorprendió al no notar ni un solo enredo, sino, simplemente, pelo liso y suave. Por no hablar de su piel. Estaba impoluta. No tenía una sola cicatriz, mancha o herida. Era como si jamás hubiera tenido alguna.

Por algún motivo, supo que tenía que avanzar, así que lo hizo, frunciendo aún más el ceño cuando vio una silueta sentada junto al árbol. Desde lejos era difícil ver quién era, pero a medida que fue acercándose, prefirió no haberlo hecho.

Era ella. Tenía el mismo vestido, el mismo tono de piel, las mismas manos, las mismas piernas, los mismos brazos, el mismo cuello... y la misma cara.

Alice se quedó quieta cuando estuvo a unos metros. La chica levantó la cabeza y la miró. Tenía los ojos castaños y el pelo rubio, pero por lo demás, era ella. Alice contuvo la respiración cuando se miraron la una a la otra. Ella estaba segura de que estaba asustada, pero la chica que estaba delante de ella simplemente sonreía, como si no pasara nada.

La chica, sin perder la sonrisa, se puso de pie lentamente y se alisó el vestido con las palmas de las manos, dejando algunas briznas de hierba en la tela blanca. Alice seguía tan confundida que no le importaron.

—Hola, Alice —saludó ella.

Alice dio un paso hacia atrás, asustada. Incluso sus voces eran iguales.

—No tengas miedo —dijo la chica, ladeando la cabeza—. No tienes por qué tenerlo.

Alice se llevó la mano a la cadera inconscientemente, buscando una pistola que claramente no encontraría. Sintió otro pinchazo de dolor el la sien e intentó no demostrarlo.

—¿Quién eres? —preguntó Alice, retrocediendo otro paso.

La chica sonrió de nuevo, pero esta vez de una manera muy distinta. La sonrisa había dejado de ser benévola. Ahora era triste.

—¿No sabes quién soy?  —preguntó—. Yo creo que sí. Llevamos conviviendo juntas un tiempo.

Se miraron la una a la otra en silencio durante un rato. Alice ladeó la cabeza, pero dejó de hacerlo cuando vio que la otra chica hacía lo mismo —inconscientemente—. Incluso en esos gestos eran iguales.

—¿Conviviendo? —Alice abrió los ojos de par en par—. ¿Alicia?

—Sí —ella sonrió amargamente.

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora