El Colegio

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Me desperté con el leve mugido de la vaca del lechero. Probablemente estaría en una alguna otra casa de la calle y le estaban sacado de  sus mamas rosadas unos hilisllos blancos y sedosos que caían dentro de un recipiente metálico. Me levante rápidamente. Conocía mis tareas matutinas: era una vieja rutina que me había visto obligada a seguir diariamente en nuestras anteriores visitas estivales. Tenía que asegurarme de que el lechero no nos engañaba mezclando la leche con agua (algo que ya estaba segura que aquel educado anciano con turbante blanco nunca osaría hacer). Después, debía recoger flores para la adoración de la mañana.

Me desmerece en silencio sobre la estera y bostece. Un carro tirado por bueyes avanzaba lentamente a lo lejos. Oí el timbre de una bicicleta y el golpe seco del periódico cuando aterrizó en la veranda. Después, el sonido del agua en las escaleras de entrada cuando la sirvienta la fregada.

Odiaba el cuarto de baño común, donde las mujeres acudían juntas cada mañana. Era una estancia lúgubre situada en un oscuro rincón de la parte trasera de la casa, tan sólo iluminada por una diminuta ventana situada en lo alto. Nunca me sentía limpia después de bañarme ahí. Tenía que envolverme en un trapo delgado para no enseñar mi anatomía a las demás y sumergir mi Jarra en un cubo de metal con agua tibia para después echarmela por encima. Me prometí que siempre seria la primera en levantarme, la primera en asearse, para poder hacerlo con intimidad. Durante todo el verano pasado había notado los ojos fisgón es de Malati puestos sobre mi, intentando descubrir si se me había desarrollado el pecho.

Después del baño, me peine y salí al jardín. Esta era la única tarea de la mañana que me gustaba de verdad. Un pájaro Koel cantaba vigorosamente mientras yo llenaba la cesta con flores. Regrese a casa, con el periodico bajo el brazo. Deposite el cesto en la habitación para la poojai y empecé a leer un artículo.

- esto es lo que necesitamos en esta casa, que todos los perros y gatos Metan las narices en el periódico matutino. Ve ha trabajar y que no vuelva a pillarte leyéndolo.- dijo periamma.

- solo por curiosidad, ¿que soy, un perro o un gato?- le pregunté, pero periamma hizo ver que no me había oído.

- dame el diario.- me reclamó.

Antes de depositar lo en su mano, recorrí rápidamente con la mirada los titulares de The Indues. Decía algo sobre que los soviets pedían una acción conjunta de guerra contra Alemania. El conflicto era cada vez mayor. Las fuerzas de Hitler habían invadido Rusia en verano, rompiendo con ello un pacto que habían firmado con ese país. Al parecer, Hitler hacia caso omiso de los papeles que firmaba o las reglas que no había establecido el mismo.

Periamma cerro los ojos tan pronto como se convenció de que yo ya no podría coger el periodico. Con sus dedos regordetes empezó a frotar el rudraksha malai, el rosario indio, cuyas cuentas eran como pasas petrificadas. Su voz se elevó en una canción. Era el único momento en el que  salía de ella algo bonito. Su voz era como de un azul marino aterciopelado, rico y oscuro. Me pregunté si appa todavía distinguía los colores en su mente mutilada.

Amma ya estaba en la cocina cuando llegue; batía la cuajada para hacer mantequilla y ghee, una mantequilla fresca clarificada. Chinni chithi estaba moliendo café. Un aroma rico y fuerte impregnó la habitación cuando el agua caliente se filtro por el café molido. Periamma entro justo a tiempo para reservarse un poco del líquido marrón y suave, antes de que se sirviera el resto a los hombres.

Con suerte, a mi me tocaría la segunda tanda de café, un líquido aguado y marrón pálido que emergía cuando el agua se filtraba una segunda vez y que compartirían conmigo mi madre y mis tías más jóvenes. Después, todavía se filtraria agua una tercera vez y el líquido pálido, del color de la paja- más parecido a orina que a café- , se serviría a los criados y al jardinero en vasos especiales de aluminio, porque ellos no eran brahamanes y nuestros recipientes debían mantenerse fuera del alcance de su tacto impuro.

La Escalera ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora